La regia mesa de
conferencias recibió tres hojas de un informe que Arcilonya lanzó sin
brusquedad frente al presidente de “Poéticas generales”.
Cayeron
suavemente en medio del aire frío, reflejándose por segundos en la madera, con
una fidelidad casi perfecta.
Josenio Vedenta
no estaba apoltronado en el sitio principal, con el retrato de su canoso padre
hablándole de la magnificencia de aquel emporio, bajo la rúbrica de Villonatti,
quien murió asfixiado en un Ferrari rojo, de su propiedad, de acuerdo a una
argucia –si las más recientes evidencias inculpan definitivamente a Tredenci
Milluna-, de un artista menor que envidiaba la magistralidad un tanto “naif”
con la que Villonatti, muy lejos del hiperrealismo por cierto, lograba el
volumen y la luz para los magnates de la oligarquía, hasta en los más diminutos
detalles de una corbata Christian Dior.
Su amigo y
empleado de confianza Juan Arcilonya, no quiso sentarse en ninguno de los 23
asientos equidistantes al aplique de lirios de la majestuosa mesa, imponente en
un salón al menos treinta veces más grande que ella.
Prefirió además
fijar sus grisáceos ojos en la tarea que ejercían dos piezas de mantenimiento,
por el anverso y el reverso del extenso ventanal, del que intentaban obtener a
diario con sus atriles y otros accesorios de limpieza, el más óptimo efecto de
transparencia.
Una nítida
panorámica de la metrópolis, reverberando entonces con pinceladas de oro y
plata, bordeaba desde su discoidal disposición –a los ojos de Arcilonya-, el
más vanguardista edificio que capital alguno pudiera haber pagado en los
últimos años.
En él, dijo sin
más: “Un voto en contra: Costanei”.
-¿Un nuevo
engüeramiento, o es algo serio?
-Preocupante,
más bien.
-Serio entonces;
veamos.
Vedenta se acomodó
en su mirada, igualmente grisácea, el único accesorio que desentonaba con la
calculada ergonomía estética del asesor de imagen corporativa, y leyó sin
vacilar el importante documento.
Arcilonya sonrío
en medio de la inevitable tensión, al decir: “¿Te quedaste con los lentes de
‘Ivotrino’?”.
-Veo mucho
mejor… de cerca… …Esto no va a terminar nunca –prosiguió luego de paladear
varias veces el informe-; el coñoesumadre de Costanei… Nunca podré pagarle a la
licenciada, eeh… ¿Cómo es que es?... Acevedo… que me lo recomendara… Guilardez
se arrecha, marico, pero esta vaina hay que pagarlo; escucha: “La poética condenavidas propone una sola vía:
‘Suicídate’; el más reciente trabajo de Lupín Jardineri sólo puede considerarse
un elogio a la altivez, que me reafirma lo inútil de ser buen escritor y
carecer de valores capaces de evitar la autoflagelación, al estilo de los
monjes medievales retratados por Humberto Eco en “El nombre de la rosa”.
-Te voy a decir
una vaina, de pana; coño, Juvencio, fuera de toda su paja mística y sus
referencias religiosas, estoy de acuerdo con Laura Lamarte: “Toda autoridad
proviene de Dios”, y Jardineri es Jardineri.
-Jeje; Laurita… El
Rey Saúl era un pastor de ovejas (ya que hablamos bíblicamente), y Dios lo puso
en lo más alto, hasta que cayó en desgracia por no entender un coño de lo que
estaba pasando, y cuál debía ser su rol… El día en que Laura Lamarte, o
cualquiera de los que votaron a favor, escriban en un papel exactamente cada
palabra que a mí me hubiera gustado decir, como lo hace este Costanei, el
espíritu de Jardineri continuará sembrando el caos que quiera sembrar (su
“anarquismo urgente”, como lo bautizó); pero mientras “Poéticas generales”
tenga a este humilde servidor como custodio de la heredad intelectual, filosófica,
que me encomendó ese –señaló el retrato-, que te adoptó a ti, a Dianita y a tus
dos hijos para que fueran lo mismo que nosotros, los Vedenta Gudesprao de sangre… ese día yo mismo saco este
gran carajo a patadas de mi edificio; porque la verdad es que tener que volver
a revisar todo el bendito plan Jardineri, el Lemustri, el Parrichelli, el
Gallardo, el Belisardi; da un dolor de bolas que ni te cuento; y todo aquello
es rial perdido… y te digo otra
vaina; no sé cómo puedes seguir apoyando a Laura Lamarte después de haber leído
esto, y el otro fajo de documentos que anexó Costanei.
-Soy fiel al
viejo, déjate de vainas: “No quiero que me caigas a embuste; quiero tu
corazón”. Hizo al iniciar la frase, con los dedos índice y pulgar un círculo a
una cuarta de su entrecejo y lo bajó formando un arco, hasta colocarlo y
deshacerlo en una secuencia lineal, a quizás tres, del nudo de la corbata,
justo en los estertores de la “s” de cierre.
Vedenta y todo
su autocontrol lo miraron seriamente a los ojos. Luego bajó la cabeza y se mantuvo
un rato sosteniendo el escrito en la mano extendida sobre la mesa; cavilando
sin dudas alrededor de lo que pudieran ser sus próximas decisiones.
Se levantó y
caminó hacia el ventanal, dejando a Arcilonya a la expectativa.
-Mira, cabeza e’loro
–dijo con gesto grave al obrero que limpiaba por dentro- …¿qué tanto trapo le
pasas a ese vidrio; tú no tienes oficio?
-Coño, marico ¿quién
te entiende?
………….
Gerónimo
Guilardez colgó el teléfono y trasladó a la antesala de su oficina un
comentario que elaboró para Gilna Trinei:
-¿Sabes las
bolas de Josenio? Mandó a parar todos los proyectos de “Poéticas generales”…
-Noooooo.
-Dizque por
“recomendación de Costanei” –hizo las comillas con las manos, mientras empinaba
la cabeza como mirando a Costanei en las alturas.
Gilna Trinei,
asombrada, se echó a reír llevándose las manos a la boca.
-Bueno, irá a
sacar real no sé de dónde; esta vaina está quebrada –dijo el Gerente
administrativo.
Pareció querer agregar
algo, manteniendo el estado de perplejidad, y finalmente, tras un lapso de unos
diez segundos en los que concluyó que sobraban las palabras, regresó al
cubículo.
Gilna Trinei,
también en shock, lo siguió con la
mirada hasta que la puerta se cerró
detrás de él, como relataría un rato más tarde –utilizando parte de algún
viejo bolero-, a la recepcionista principal.
-“la puerta se
cerró detrás de ti, y nunca más volviste a aparecer, dejaste abandonada la
ilusión laralaralalá laláaaaa…”.
Andrea Solís tenía
poco tiempo en la empresa; no emitía más palabras que las de sus ojos negros y
brillantes, abriéndose mucho o poniéndose pequeñitos al sonreír. Vedenta se
refería a ella como “minianuncio”, al considerar que nunca ninguna persona
había reunido en sí misma con tanta rigurosidad los requisitos exigidos por
aquel diagrama de cuarenta palabras; entre otras cosas “-Bachiller -Bilingüe -Buena
presencia -Proactiva –Trato agradable –Excelente pronunciación"…
Le gustaba ser
discreta mientras no conociera a fondo los intersticios del entorno en que se
encontrara inmersa; por eso ordenó muy bien el escritorio poco antes de las
cinco, y a ésta hora abandonó las oficinas sin darle relevancia alguna a las
confidencias de Trinei; entró al ascensor y bajó cinco pisos junto a otras
compañeras.
Un vigilante se
acercó a otro que tampoco le quitaba la vista cuando ya fuera del edificio,
tomó una larga acera por donde se perdería caminando, entre todo el movimiento
citadino del atardecer. “Lo mejor de trabajar en ‘Poéticas’, Casilete”. “Yo he
visto mujeres buenas, mi llave, pero aquí abusan”.
-Me aprendí una
poesía hace mucho tiempo “Una calle se hizo ancha, muy ancha, para verla pasar”.
El aire recogió
la voz y se dijo aún con el aroma de Andrea pasando aquella calle para que la
viera: “Andrés Castillo Vásquez”. También iba en el azabache marino de aquel
cabello largo; en las formas sugerentes, en la tez acanelada; en el ensueño
juvenil de una sonrisa fácil, blanca en los dientes; en cada paso ágil, firme.
Buscaba la
inmediatez del acontecer faltante hasta tender su cuerpo en el mar.
Para hundirse
desnuda, entregada al reverso de la noción de ser; sin miedos, sin ataduras, sin
proyectos ni planes, sin opciones, sin pugnas; en ella libertad, ella luz, ella
palabra, verso, y sólo verdad; sin noción de futuro; ella; y nada más.