sábado, 18 de junio de 2011

LA CULTURA MATARILE: OTRA VAINA LOCA INFATIGABLE

“En donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres”.
Jesucristo.


“Patria, Socialismo o muerte”.
Slogan cubano.

En los primeros años de la performance revolucionaria quinta republicana, más de la mitad el país se entusiasmó, demostrado sobre todo en votos, con aquel movimiento casi virginal que insurgía dando aires de refrescamiento al abatido rostro del pueblo venezolano, altamente defraudado por la derivación hedonista -o golpe de timón “cuánto hay pa eso”- que forzaba la gerentela puntofijista en las postrimerías de aquellos sueños lúcidos germinados con pasión juvenil en las boinas azules aureoladas sobre las cabezas de “la generación del veintiocho”.


Los “hombres nuevos” que encarnaban el remozado mesianismo, vea usted, irrumpían por ahora rechazando con una labia ligth de novio pueblerino la cultura matarile que tiene entre sus expresiones más sobresalientes, la que con grafismos toscos, pero negros, de pintura labial sobre servilleta al estilo del Sí de Lusinchi, vociferaba un adeco entalcado y rectilíneo, de jurásica estirpe, en el Congreso de la República de Venezuela del año 1992: ¡Muerte a los golpistas!


Esa característica condenatoria que atribuyo a la presunción, o detentación cierta de relativo poderío, posee antecedentes tan remotos que nos trasladan casi al momento en que Dios utilizó con autoridad su verbo creador para insuflar vida al primer hombre (Adán). Y digo casi, porque fue tan sólo poco tiempo después cuando viéndose amparado por una solemne quijada de burro encontrada en el camino, el contrariado Caín, como muchacho con juguete nuevo, descargó todo el peso de su inframundo brutal sobre la fatalidad de su hermano Abel quien desde entonces no pudo, dijera el Gabo, vivir para contarla.


Porque a la luz de nuestra vigente realidad, sabemos, las leyes exoneran de culpabilidad, en algunos casos muy específicos como por ejemplo la defensa propia, a quienes incurren en homicidio; y existen incluso, dentro del mismo campo legal, fronteras difusas del mismo hecho, donde se adosa la categoría de “culposo”, y en donde ya comienza a funcionar con peso condenatorio la acción judicial correspondiente según lo determinen las particularidades de cada caso. Pero hay aniquilamientos letales que verdaderamente dan nausea por ociosos; ningún hecho delictivo puede justificarse más allá de las posibilidades de atenuación que ofrece la misma ley; pero baste revisar el listado de víctimas por manos criminales desglosado por Silvio Rodríguez en su “Cita con ángeles”, y agregue usted unas cuantas más, para salir corriendo al baño con la mano en la boca y seguidamente, ya ante el desaguadero adecuado, descargar una vomitada de pronóstico.


La realidad de la muerte del hombre por el hombre es el pan de cada día en el mundo; cómo no pensar que en este instante en que escribo deben estar cayendo racimos de bombas, disparos, puñales, etcétera, sobre la vida, convirtiendo en vacío lo que antes fue sístole y diástole sorbiendo alientos aunque con mínima esperanza; vercia, mano, la muerte no es bonita pero sorprende el número de gente a la que le gusta.


Cada segundo de aire, cielo, sol, color, manantial, niñez, sonrisa, vida que transcurre, hay miles y miles de personas prolongando la indignidad cainita, exaltando en hechos la muerte o hablando de ella –no es fácil evadirlo-; la cultura matarile es impenitente, trabaja las veinticuatro horas del día, no descansa.


He estado pensando en estas cosas porque las bien llamadas redes sociales, concretamente los corrillos del Facebook han enredado mi atención en el presente, debido a comentarios sueltos de digamos “las voces de los hilos”, donde en los dimes y diretes de costumbre, y yo diría que benditos en este “proceso revolucionario” –luego de la execración luctuosa de programas de participación popular al estilo de “La lámpara de Diógenes”- nunca falta un émulo de Morales Bello, pero ahora de tendencia “revo” conminando a matar cualquier vaina; hace poco le tocó al acartonamiento; sí, desde un post dominado por participación de gente emparentada, creo, con la ultraizquierda, se proponía entrarle con saña lapidaria a esa vacua entelequia –dígame usted, dijera mi tía Carmen-. El asunto es que cuando estas respetables personas, que gracias a Dios tienen la posibilidad de expresarse –con alma, corazón y vida- por dichos medios, atacan en esos términos a una cosa tan “asisimilí” -así nombra un primo mío lo insustancioso- uno no puede evitar algún gesto de contrariedad, persuadido de que son tales colectivos, los que suelen evidenciar mayor sensibilidad de piel en los momentos en que se pisa algún cayo recrecido de la llamada “exclusión”. Con razón dijo alguna vez Roberto Hernández Montoya quejándose de los sempiternos Torquemadas, en vigilia permanente por su imposibilidad de vivir sin alguna bruja que cazar: “el ser humano es incorregible” (Fumadores y gordos, temblad).


Chico, el acartonamiento es un formalismo conductual, un modo de vida inofensivo, que por “equis” o por “ye” alguna gente asume porque le gusta; algo etereo que no agrede al cuerpo, que no da hambre, ni dolor, que no saca sangre; es un carajo que cuando se va a acostar, en vez de decir: “coño, voy a tirarme en el chinchorro pa que se me pase esta pea”, dice: “¡Cáspitas! procedo a extenderme sobre los brazos de Morfeo en el guilindajo cóncavo de palma de moriche, con el propósito expedito de diligenciar la execración de los efectos de haber libado profusamente”. Dime una cosa: ¿en qué te afecta a ti esa vaina? ¿Te has puesto a determinar de quién carajo se va a cagar uno de la risa si matas esa vaina –el “acartonamiento” como tal-? ¡XD!.


Cultores del matarilerilerón mesmo por otro lado, también tienen el temita contra los que como yo, carecemos de prejuicio a la hora de poner en nuestros labios frases célebres, aforismos, argumentos, exégesis, etcétera, vinculados a nuestra heredad hispana; ¡bermon, qué chichón! Este hecho lo podemos denominar “Síndrome Ultrafastidioso Contra Usuarios Latinoamericanos del Producto Intelectual de Procedencia Europea” (Síndrome SUCULPIPE).


Bueno, panita, mi hogar primigenio me educó sin prejuicios en este sentido; yo soy caripiteño a mucha honra; pero ¿debe este privilegio hermoso, negarme de por vida el libre albedrío para incorporar a mi jerga personal lo que yo quiera en términos de dialecto, doctrina, cultura, etcétera, a fin de incrementar mi acervo cognoscitivo de cara a mis necesidades de comunicación? ¿Por qué, pues?; una cosa es que se combata absurdamente lo nuestro virtuoso, como en alguna medida lo es el equipo de futbol “la vinotinto”, por aupar con balurdería frente a ellos al equipo español –y sin embargo tienen derecho-, y otra cosa es que yo deba ocupar mi tiempo en desmontar en mí toda la estructura de expresión lingüística “que nos llegó desde el pasado” en un mundo al que como dice igualmente Ramón Mendoza en su fresca paridura “Esta palabra que sueño”: “he venido para vivir, no tengo otra misión”.

Siempre me pareció nice, y quizás, lo reconozco, no fue por ninguna vocación altruista que me incliné desde niño por la actividad intelectual, sino en gran parte por cierta admiración al estilacho sofisticado que emanaba de las expresiones afrancesadas, a las que soñaba con emplear como escritor en uso de exquisito dominio: “Conversando un día con Pessoa en un citadino café de Casanay surgió la idea de publicar este poemario…” (Sopotocientos poemas de amor y un mísero relato) o en observación a John Lennon: “Standing in the dock at Southamton, tryin’ to get to Holland or France…” (John and Yoko ballad. The Beatles). No hay que olvidarlo –Ramón Mendoza dixit-, “los poetas son seres comunes y corrientes que a veces se la quieren dar de una vainita” (Sopotocientos …) (y sin embargo prefirió denominar “El canto del Piapoco” a su mejor cuento, en vez de “Mi delirio sobre el Támesis”, “París, el estrés y mis ensueños” o títulos por el estilo; como dijo Cucho Berbín -y yo lo apoyo- en generosa concesión a la soltura propia –de Ramón-: “Allá él”).

Mira, a finales de los años noventa, en otra de mis empresas editorialistas, publicaba un folleto de cuatro páginas (1/2 pliego doblado en dos), en glasé, a un color, al que denominé “Léelo” y que llevaba este slogan: “Un medio para incentivar el Optimismo y el Esparcimiento”; allí inserté, en la edición Nº 2 un artículo mío titulado “Alma animal”, donde enfocaba la visión de A. C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada acerca de lo que en términos literales sugiere dicho título; es decir la existencia del alma en la especie animal.


Prabhupada, en su libro “La ciencia de la autorrealización”, hablaba de la Analogía como un recurso de la Lógica que permite llegar a conclusiones a partir del encuentro de muchos puntos similares.


Él planteaba, esgrimiendo argumentos como prueba científica para su propósito mencionado antes: “El animal come y Usted come; el animal duerme y Usted duerme; el animal tiene relaciones sexuales y Usted tiene relaciones sexuales; el animal se defiende y Usted se defiende”, “¿Cómo puede decir que Usted tiene alma pero los animales no?”.


Yo le digo lo mismo a quienes practican esta especie de reduccionismo cultural: hermanos, más allá de cuestiones de forma que incluso entran en el campo de la subjetividad, todos los seres humanos somos iguales; la Analogía nos hermana a europeos, asiáticos, norteamericanos, suramericanos, y oceánicos, por encima de fronteras, razas, costumbres, y cualquier otra mariquera.


¿Es insoportable que sectores de esas comunidades foráneas sean excluyentes y discriminatorios hacia el latinoamericano? sí, lo es; ¿pero por qué tendría yo que dejar de citar a algún intelectual español, por ejemplo, si confecciona una expresión ajustada a algo que quiero transmitir y que me nace utilizar como apoyo para un discurso? o ¿por qué debo aprisionar en mi boca un canto de la inspiración de Charles Aznavour, Alejandro Sanz, Pepino Di Caprio, o cualquier otro de ellos? ¿Porque algunos europeos mala conducta me llaman “sudaca”? ¿Es que acaso si me entro a piña con un maracucho tendría que dejar de comer mojito en coco, o hacerle la cruz a las canciones del “puma” y Lila Morillo?


Díganme si no es una vaina loca de la cultura matarile lo criticado por mí al video de “Dame pa matala”; pregúntenle al San Nicolás de Gino González si él está contento con toda una sociedad “en honda” de panitas rasta, waperó, emos y tal y qué sé yo, que se encayapan contra un sifrinito “ay, fo” quien por cuidadoso de su organismo es execrado de la risa y la alegría hasta que no pisotea su propia dignidad y tiene que venir con el rabo entre las piernas a jartarse de perrocaliente en complacencia servil al Furer colectivismo que allí se dibuja; o lo que es lo mismo a participar sin alma en el festín cabilla de la comida chatarra: “pepsicola, mayonesa, Micky Mouse y pato Donald”, exponiéndose fuera de trinchera a que como al gordo barba blanca que sale en diciembre, cantado por Gino, le den “una patá por el culo que lo regrese a su casa” sin pasar por go ni cobrar doscientos.


Tales rasgos de “bella tolerancia revo” me llevan a valorar con más ahínco una de las propuestas filosóficas con mayor peso de sensatez que por encima de cualquier consigna panfletaria de los desafiantes tiempos que corren, ha manifestado el talento venezolano en los últimos cuarenta años: “Hay gente que cree que está en algo, y no está en nada; tú debes estar en algo; sé tú mismo” (¡Sigue adelante, Trino Mora!).

lunes, 6 de junio de 2011

Mi nuevo ebook gratuito...

¡BOCHINCHE! ¡BOCHINCHE!
O EL ORDEN NOS DEVORARÁ
REFLEXIONES ACERCA DE SEGUROS,
GRACIA DE DIOS Y ANARQUISTAS


Pablo J. Fierro C.


“El Amor todo lo puede”
San Pablo (antes Saulo de Tarso, perseguidor de cristianos).

“Es mejor tener un seguro y no necesitarlo que necesitarlo y no tenerlo”.
Cuña con Gilberto Correa

De Arjona “Si me dices que sí”, “Mentiroso” y “Pingüinos en la cama”.
Pablo.



A Yacoub y su gente batalladora, nobles maestros.




Al amigo Ernesto Mundo.


Cierta formación que he adquirido por mi desempeño laboral en el mundo de las empresas aseguradoras me ofrece una faceta de dicha actividad bastante ilustrativa de lo que podemos entender como “Gracia”, si aplicamos el vocablo al sentido espiritual que demanda la doctrina teológica en función de quienes abrazamos la fe en Jesucristo como nuestro único y suficiente Salvador.


Los contratos que se establecen entre quienes requieren a modo de prevención invertir dinero a fin de tener cobertura en imprevistos donde hay desmedro de bienes o personas, como vía para recuperar la totalidad o gran parte de los mismos o de solventar sin mayores angustias gastos de hospitalización, cirugía, maternidad, etcétera, y la empresa de Seguros que garantiza tal cobertura a cambio de recibir una módica contraprestación monetaria anual (Prima), en relación al monto de la suma con que dicha empresa aseguradora puede responder por los daños sufridos, se denominan Pólizas.


Dicho de otra forma: una empresa aseguradora, de acuerdo a un contrato que en este caso se llama Póliza, se compromete a pagar por el lapso de un año en caso de siniestro –robo, accidente u otros-, en el supuesto de que el bien asegurado sea un automóvil, una suma de digamos doscientos cincuenta mil bolívares habiendo costado el mismo incluso igual cantidad, a cambio de una inversión anual de parte de usted, ostensiblemente inferior denominada Prima. Un auto del año 2006 pudiera asegurarse por doscientos cincuenta mil bolívares con una Prima anual de por ejemplo sesenta mil bolívares. ¿Cómo gana la empresa aseguradora? Ese es otro cantar.


Al vencerse la Póliza, cumplido un año, el cliente tiene la opción de renovarla, con el beneficio de una menor inversión de cara al período anual subsiguiente, ya que no se trata de elaborar una nueva, sino de darle continuidad a la que culmina; lo cual es un agente motivador que por lo general le inclina a optar por la Renovación y no por una Póliza nueva. Pero como no siempre se está en condiciones, sobre todo económicas, para responder al pago de la Renovación el día exacto en que comienza a correr el tiempo del nuevo período, o antes, la empresa aseguradora facilita al cliente una opción de pago de dicha Prima, que permite a aquel, diligenciar recursos en toda la extensión de ese primer mes, y que cubre durante el mismo la presencia de siniestros en función de los bienes asegurados, siempre y cuando, se observen ciertos requisitos dentro de los cuales el más determinante es la precipitación, ante el siniestro, del pago casi inmediato de la deuda; con lo cual se concreta automáticamente la Renovación. El chance de un mes que otorga la empresa de Seguros al cliente para que éste concrete con menos presión el pago inicial de la Renovación de Póliza es lo que se denomina en esta materia Período de gracia.


Así como se dan casos en los que ciertos asegurados presentan dificultades para solventar oportunamente el pago de las renovaciones, hay también quienes, por una u otra razón, lo hacen dentro del tiempo convenido.


Si concatenamos este introito laboral con lo que alude el título de este artículo, veremos que existen paralelismos, coincidencias, puntos de encuentro interesantes entre una cosa y la otra.


Así como el mundo de los Seguros tiene sus leyes que en instancias límites o extremas se dirimen mediante un laudo arbitral, la teoría teológica cristiana también nos indica que nuestro Padre creador, independientemente de la libertad que tenemos para adquirir la Póliza plena de cláusulas o condiciones con cuyo cumplimiento aseguramos la Salvación de nuestra alma, ofrece igualmente un período de Gracia, para los casos en que recibido ya Cristo como nuestro único y suficiente Salvador, y puesta la misma (alma) a su disposición para los propósitos trascendentes a los que somos llamados en este sentido, carezcamos de la fuerza y buena voluntad con las cuales romper definitivamente las ataduras del pecado y ahuyentar el latido cobarde del diablo, con la lanza bendita de amor y fe que nos brindará esperanza, confianza, tranquilidad y alegría en este mundo tan convulsionado; la gracia que nos agenció ante el Padre, Jesucristo, con el sacrificio de su vida, pasión y muerte en la cruz; que no es otra cosa que el contrato o póliza, sellado con sangre ante Dios, para que quienes aceptemos a Jesús como Señor y Salvador, aseguremos nuestra alma contra todo riesgo en los escenarios tantas veces inciertos de la vida, abundante en señuelos seductores para caída y perdición.

Quizá una de los grandes méritos de Jesucristo, en cuanto a esto, radica en su frontal desafío y victoria a la luz de las continuas embestidas con que el pecado intentó agredirlo a lo largo de su estadía en el mundo; épica luminosa que tuvo su mayor esplendor en los pasajes bíblicos donde se narra cómo en las penurias del desierto, enfrentó las ráfagas de tentaciones que a lo largo de cuarenta días y cuarenta noches le descargó Satán, con el objetivo tenaz de provocar que por desgaste el hijo de Dios renegara de sus principios piadosos, altruistas, nobles, e incurriera en infidelidad respecto a quien por “amor del bueno” –como diría un gran compositor mexicano- lo envió desde el mundo espiritual hacia nosotros portando la precisa misión de libertarnos de nuestras bajezas humanas, de nuestra indiferencia hacia las demandas categóricas de obediencia, no a sangre ni carne, sino a los preceptos establecidos en la Ley de Dios; a los que Jesús trató de mantenerse apegado diríase que con obstinación. (Aclaro que no a sangre ni carne porque en el mundo hay muchos engañadores –la misma Biblia lo advierte- y a cualquiera que en nombre de Dios quiera instruirnos, tenemos el libre albedrío de escucharlos o no; pero recordando, si los escuchamos, que debemos “examinarlo todo y retener sólo lo bueno” porque nadie es perfecto –sólo Dios-; y tomando igualmente en cuenta, si no los escuchamos, que pudiéramos estar retrasando nuestro proceso de ascensión a mejores y hasta gloriosas condiciones de vida).


Si establecemos en el mismo esquema metafórico que venimos utilizando, una analogía en la cual el cielo es una empresa aseguradora de almas y nosotros los prospectos clientes o clientes potenciales -para usar un término asociado más bien al área publicitaria pero que dibuja igualmente a las unidades de interrelación comercial disponibles en el mercado, no integrantes aún de dicha empresa pero que reúnen el perfil de apetencia- Jesucristo podría definirse como un ejemplar idóneo; por ostentar lo que en Seguros se conoce como “bajo índice de siniestralidad”, o lo que es lo mismo un historial en cuanto a accidentes, hurtos, robos, enfermedades, y cualquier suceso que le generara perjuicios propios -o ajenos pero indemnizables según responsabilidades a su cargo (pecados)- que se mantuvo limpio desde niño hasta que murió a los treinta y tres años. Este tipo de usuarios del servicio asegurador suele ser el ideal de dichas empresas ya que como dice Gilberto Correa; para un cliente es importante tener un seguro aunque no lo use nunca, porque “es mejor tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo” pero para la empresa que asume el riesgo de la cobertura ese escenario es sencillamente extraordinario por cuanto recibe un beneficio considerable representado por el monto de la Prima, pero no ejerce en esos casos ninguna función, más allá de una expectativa virtual de cara a las posibilidades de siniestro del usuario en cuestión, que le obligue pérdida alguna en cuanto a tiempo o dinero; por lo cual, incluso, el asegurado con bajo índice de siniestralidad recibe beneficios adicionales de contratación en relación a aquel cuyo historial en este sentido es menos pulcro.


En tiempos de Adán y Eva no existía un glosario de leyes instituidas comunitariamente a fin de moderar o anular la presencia de accidentes, robos, delitos, etcétera -así como hoy existen leyes de tránsito o de cualquier otra índole que delimitan nuestro libre albedrío, destinadas a crear una armonía social más o menos relacionada con aquello de lograr la mayor suma de felicidad posible-Claro, era como absurdo, en un inmenso mundo donde sólo existían dos personas, pensar que con todo el resto de la creación al servicio de dicho par, tal condición de privilegio iba a resultar imposible de ser disfrutada dada la propensión de ellos mismos a sabotearse el vacile el uno al otro.


Por eso se me ocurre en este instante una suspicacia audaz, pero que lógico, no se la cree ni mi alter ego ¿no serán los dueños de las empresas aseguradoras, los corredores de seguros, los agentes de corretaje -esa cofradía de ejecutivos de maletín y paltó- los principales promotores de las propuestas políticas anarquistas, je je?


Porque con todo el respeto democrático que pueda yo ostentar hacia quienes añoran, desde sus carros, celulares, laptops, televisores, taladros, habitaciones, zapatos, relojes, pelo cortado en barbería, anteojos para la presbicia, suero espasmódico, desodorante, sancocho de plato y cuchara, aireacondicionado, guardería, título universitario, cocuy de penca, crema dental, chinchorro, misionero, tántrico, viagra, Remingtong, HP, ciudad, sintaxis, conjugaciones, imprentas, viajes a Newyol, Rusia, Cuba, Francia, Alemania, Suecia –en los aviones mejor confeccionados- Ludovicos Silva, Carlos Marx, Diccionarios, hemerotecas, zafras, guitarras, baterías, culosepuya, Albert Einstein, Alís Primera -redonditos, discoidales, giratorios a altas revoluciones-, precios del petróleo, Pedevesas, acuerdos salariales, papás Estados, vanguardias, casas ecológicas, semáforos y dale… quienes añoran, digo, desde esas cosas, un mundo gobernado por nadie, o mejor dicho, gobernado por cada “quien” al que le dé la real gana; un mundo anárquico; me parece que se armaría un cojeculo tan impresionante dado el punto de partida que somos -no ya veinte aborígenes de bien confeccionadas lanzas, con cacique y chamán- que habría que habilitar algún satélite tipo Luna u otro planeta, donde seguir aperturando entidades bancarias a fin de que la gente de Seguros, en razón al previsible y abrupto aumento de los valores en las estadísticas de siniestralidad, pudiera seguir disponiendo de espacios adecuados a la magnificencia de sus respectivas boloñas -de biyuyos, quiero decir-.


Quién puede imaginarse, además, a cualquier líder anarquista exhortando a su gremio en estos términos: “Muchachos que convivimos en esta patria de Bolívar, es absolutamente imperativo, categórico, extremadamente vital, que nos OR-GA-NI-CE-MOS para la lucha por nuestros objetivos más entrañables; porque sino, este puto orden, este entramado sistémico tan recontracomoñodesumadre, ténganlo por seguro –y no me refiero a seguros de pólizas y primas- sino a seguro seguro –como decía la cuña de desodorante de la bolita- esta ladillosa burocracia, con leyes hasta para limpiarse el culo… nos devorará. No, señor, por favor; emulemos ya a nuestro insigne patriota de melena blanca y alborotada al que llamaban Francisco de Miranda: ¡BOCHINCHE! ¡BOCHINCHE!”; y al final de la asamblea: “Bueno, por favor se les pide a los miembros de las brigadas de limpieza que se encarguen de dejar chulito este recinto para que esté en óptimas condiciones en la reunión de mañana… o si no dejen esa mierda así, arréchese quien se arreche”.


Seguros Reino de Dios, llamémoslo así, nos da un período de gracia para que nosotros entendamos la inconveniencia de pecar –infringir las leyes de Dios-, de cara, tanto a nuestras posibilidades de vivir en paz, como a la potestad absoluta del creador, de dejarnos sufrir cualquiera de los grados de dolor a los que podemos acceder por cosas de la vida, si persistimos, por más que se nos advierta, en hacer lo indebido; sobre todo si estamos persuadidos ya de lo permitido y lo no permitido; dice la palabra: “Dios es lento para la ira y pronto para la misericordia”; pero también, dicen los eruditos del libro sagrado, que allí se revela: “es grande y terrible”.


Debemos entender que la anarquía no es de Dios; porque Dios no va a establecer unas leyes para que nadie las cumpla. Ni que fuera güebón. “Ninguna casa, dijo Jesús, puede estar dividida contra sí misma”.


De acuerdo a las enseñanzas cristianas, opino, la anarquía es una etapa primitiva indeseable del acontecer histórico humano.


Dice San Pablo, palabras más palabras menos –porque no tengo internet ni Biblia a la mano-:


“Cuando no había ley, había perjuicios pero no había pecado –es decir, digo yo, reinaba la anarquía porque nada sustentaba con penalización el mandato de no robar, no matar, no tal o cuál cosa; imagínense los productores de seguros, el siniestro parejo, qué manguangua-; luego vino la ley a través de Moisés –sigue San Pablo- y como el pecado era, digamos, una intracultura demasiado arraigada en la gente -digo yo-, con la ley –sigue San Pablo- abundó el pecado; es decir –digo yo-, al igual que hoy, hay ley pero no le paran bola, en muchos casos ni siquiera los mismos que hacen la ley (o sea: los propios fariseos). Es aquí donde como tercera pata de mesa –con todo respeto, adoración y agradecimiento a mi Señor Jesucristo- viene el asunto de la Gracia.


Donde abundó el pecado, concluye San Pablo, sobreabundó la Gracia; entiéndase: así como el pecado abundó cuando surgió la ley, digamos que adquiriendo preponderancia sobre ésta, igualmente la Gracia, por el amor que tiene Dios por nosotros pecadores, vino a taparle la boca a las consecuencias de pecar, prácticamente haciendo borrón y cuenta nueva a partir del instante en que Dios ofreció a su hijo unigénito como cordero redentor; mejor dicho, a partir de la escena en que Jesús, al lado de dos ladrones muere crucificado, por salvarnos. ¿Cuánto le debes a Dios? pregunta la Gracia a cualquier pecador. “Bueno, amiga, esta semana le robé unos panes a los viejitos de la plaza Bolívar, escupí a cuatro transeúntes desde el último piso de la torre Camoruco y le pinté con Otrovagomas y el espíritu de Aquiles Nazoa unos bigotes tipo Dalí a la Monalisa en el museo de la ubre”; ella responde sin titubeos: no le debes nada, Cristo paga; móntate en este camión y no peques más.


Es obvio que cuando el Mesías dice esas mismas palabras a María Magdalena, las cuales la salvaron de morir bajo una lluvia de piedras -según la ley mandaba en esos casos- por parte de un grupo de pobladores tan pecadores como ella, pero que no habían sopesado este simpático detallito, él entiende que la categoría de mujer pecadora, determinada por quienes querían agenciarle el tránsito directo al más allá, “sin pasar por go ni cobrar doscientos”, no se esfumaría en el acto, al sólo mencionar dicha frase (vete y no peques más).


Los seres humanos solemos tener tantas máculas en nuestra personalidad, a Dios vista, que muchas de ellas por desconocimiento de los textos sagrados, son totalmente ajenas a nuestro acervo cognoscitivo; por eso no luce adecuado considerar ni por un segundo que a la Magdalena se le estaban creando falsas expectativas desde la boca de Cristo, al resonar el juego de palabras en cuestión, en el sentido de hacerle creer que tenía que hacer de tripas corazón, inmediatamente, para borrar de su Ser toda pizca de mal hábito, señalado como pecado por la Biblia, sí, pero con gran énfasis por las jerarquías religiosas del momento, que según se cuenta no perdonaban una a los demás, pero con las suyas propias se hacían, fariseos, de la vista gorda; cosa que a Cristo asqueaba.


Al decir éste a dicha mujer “vete y no peques más”, le estaba remarcando la necesidad imperiosa de que abandonara, aquí sí, en el acto, la actividad de prostitución por la que la habían condenado; ya que Jesús había logrado absolverla en ese momento, gracias a que por cuestiones fortuitas o predestinación él se encontraba allí; pero no siempre iba a ser así; de hecho no estaba lejano el día en que regresaría al Padre, como dijo; luego, si María Magdalena reincidía en su pecado, podía concretarse con verdugos distintos, y sin él para apoyarla, esta vez sí, su pétrea lapidación. Pero aun cuando ella lograse destajar abruptamente de su disipado vivir el específico acto contaminante, no por eso iba a dejar de pecar o de ser una pecadora, porque como escuché decir acertadamente al pastor evangélico Otoniel Font durante una prédica colgada en youtube y extraída de su programa en la televisora ENLACE: Dios es un Dios de procesos; y es con la gente que logra entender esto, con quien nuestro buen pastor, nuestra luz, nuestro orfebre prodigioso entabla pactos o compromisos mutuos mediante los cuales el Espíritu Santo comienza en los que lo aceptan, el trabajo purificador; de aquí el precepto: “el que comenzó en ti la obra, la perfeccionará”. Sin dudas cualquier persona, luego del “no peques más” que antecede todo periodo de gracia cristiana, debe iniciar un proceso de depuración que puede ser más o menos largo según la situación particular de cada discípulo.


De igual modo en que sacó la pata del barro a la mencionada mujer, Dios, en su etapa lenta de misericordia, se condolió de nuestra “torpeza anti ley para evitar siniestros” (matamos, robamos, somos adulteros, mencionamos su santo nombre en vano, fornicamos, no amamos al prójimo como a nosotros mismos, juzgamos, condenamos, no nos sometemos a toda ley, en fin…) y decidió enviarnos a Jesús de Nazaret, su corredor de seguros de postín, a fin de que repartiera pólizas GRATIS a todo el que quisiera aprender de él, “que es manso y de corazón humilde y cuya carga y yugo son ligeros”; pólizas para la paz espiritual, para el gozo, para las bendiciones, para las buenas dádivas, para el amor, en medio de la tormenta, y más; aprovechémosle.


Hay que aprovechar, hermanos, porque la Gracia de Dios es inconmensurable, pero las leyes del pecado no son nada virtuosas en términos de consentideras; la paciencia del Padre tiene un límite; sino pregúntenle a los arrasados por el diluvio en tiempos de Noe, a los habitantes de Sodoma y Gomorra, y a los lamentos trágicos y oscuros que susurran en la noche como un arrebatón de terror en alaridos desgarrados, los muertos vivientes del hades.


Dios es bueno y perdona. “El que está unido a Cristo nueva criatura es, las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas”. Por más grande que sea la cabeza de ti mismo enemigo vencido que tengas que arrastrar por las planicies del rojo campo de batalla -donde quede abatida tu espada de gladiador inevitable del paganismo-, hasta que la sientas desvanecerse a grado lento y puedas erigirte liviano y formidable para que el viento poderoso se haga uno con tu pecho de hierro y valentía; por más que el llanto presagioso de metrallazos tuyos antiguos, por parte de sombras de camisones negros con arrugas de polvo enterrando muertos sus muertos, de cactus-desierto y de fuego, dedicando su eternidad a cruces ciegas, sordas y mudas de granito, intenten desvelarte desde las voces falsas aquí y ahora; por más que hijo pródigo de bendita recepción desandes el pasillo hacia tu alcoba principesca en gozosa bienvenida paternal, mientras crujen a tu lado los dientes del profundo odio en teclazos escatológicos, vergonzosos y enigmatizados; por más que rompan, paradigmas de bolsa, o de pendejo, los manuscritos sagrados donde la exquisita sabiduría milenaria intenta apartar con Amor el grasiento, pichacoso, pegajoso, putrefacto y maloliente temor encapsulado como huésped de pinga en bomba sanguínea, mientras se muere sin paz, a muerte lenta…


¡Afronta ya, si no lo has hecho tu compromiso moral contigo mismo y con tu creador! ¡Zambúllete en el grueso libro de tu Salvación por Cristo! ¡Arremete a dentelladas fehacientes el engullimiento del verbo celestial de luz, que no te ata ¡no! te convierte en guerrero del cuatribolismo y la humildad para enterrar bien jondo el mundo viejo que vomita estertores de aconteceres ya obsoletos y sin ti!


Firma a ciegas, sin principios malditos que te convoquen a oscuranas desmaravilladas, la mano que se te tiende póliza para que empieces a entender el oxígeno, la pradera fresca bajo un caballo hermoso –elije tú el color- que montas al lado de perfume, menta, sonrisa, claridad, mujer, suavidad, heroísmo, guerrera, fantasía, también a caballo, de regreso de la sangrienta contienda medieval. Trote descanso ya envuelto en cielo luminoso por el sendero silvestre hacia adelante, donde pudiera al azar salirte al paso un duende barrendero que te saluda sincero con la pureza en sus labios de cualquier texto bíblico edificante; o un hada diminuta de breves trapos blancos y alas escarchadas te ofrece una copa de néctar para trastocar en alivio de hierbabuena el ya desvaído sofoco de tiempos olvidables.


Desde alguna cumbre luminosa con aves y alegría, desde donde puedas ver el mejor porvenir imaginable sin exclusión, retirándote a solas –con o sin testigos; tú eliges- rézale a Yavhé, el que es, en nombre de Jesucristo, que perdone tus pecados, y exprésale el propósito de entregar tu cuerpo como templo al Espíritu Santo para que éste comience en ti la obra de transformación necesaria para que seas digno hijo del que nos ama.


De ahí palante, no le pares a público de galería, porque son ellos los que están procurándose con dinero su entrada, para verte en pantalla gigante, cuando San Pedro abre las puertas que son Cristo -por donde se debe entrar-, y accedes al banquete de los justos.


Un abrazo.
 
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