PUERTA A OTROS MUNDOS
Pablo J. Fierro C.
Mis pinturas más recientes definen
un plano contenido en un rectángulo-soporte al que atraviesa en vertical una
grieta irregular, como especie de concreto resquebrajado de donde emergen en
medio de la espesa oscuridad soterrada, elementos pétreos abundantes;
abigarrados corpúsculos cuya capacidad refractaria colorida y lumínica ofrece
duda acerca del carácter inerte de dicho conjunto.
Pero esa visión detenida en la
rigidez de los materiales utilizados, es precisamente eso, una imagen sin
pasados ni futuros que sólo cobra aliento en un ámbito ajeno a ella, gracias
nada más al vínculo perceptivo que se logra en el instante en que un observador
describe el trazo de mirada capaz de elaborar la respectiva lectura.
La periferia de la obra, el
rectángulo-soporte, ha sido visto, desde al menos mi personal revisión, como
una frontera hermética que encierra concéntricamente lo que supone mi razón la
obra de arte.
En concreto, para efectos de lo
que constituyen al ser “materia” los implementos manipulados con fines creativos,
no hay más allá después del rectángulo-soporte; pero al establecerse la
conexión que incluye, eventualmente, el factor exógeno encarnado en quien mira –ya
no despojado de lo sensorial-emotivo, sino otorgando por el contrario al frio
criterio matemático un complemento desestabilizador del mismo, por el que la
razón alucina debido a la forma en que el artista ha dispuesto los elementos y
colores, la obra, no dentro de sí misma, sino a partir del flujo que impacta el
orden perceptivo, inicia una secuencia sustentada probablemente en lo ilusorio,
que ilustra al campo gnóstico aludido, y le acompaña en una fantasía
imaginativa, durante un proceso lúdico de asociaciones deductivas, en el que
cada mirada, seguramente, recreará según sea el grado de concentración e
incluso los paradigmas íntimos de apreciación visual, los desvíos extra
realidad y/o ilusorios a los que se le permita acceder, por efecto de lo que
mencionaremos como fenomenología casualística
o azar.
Algo vibra fuera de la obra, por
causa de ella misma, forjando escenarios que se superponen, se funden entre sí,
se detienen, desaparecen, se reducen o agigantan sin que hablemos estrictamente
de una propuesta cinética según la escolástica de Soto o Cruz Díez; hablamos de
un cristal intervenido por micropartículas habitando un surco que no escapa a
la exagerada óptica de un lente de aumento.
Los penetrables, las líneas
entrecruzadas de Soto, estremecen al ojo, de acuerdo a integraciones
geométricas efectistas; mi trabajo conmueve en lo sugerente-conceptual centrado
en la evocación orgánica y sin intenciones efectistas de índole compositiva
premeditada, fundada en lo geométrico per
se, como pudiera caracterizarse el “color aditivo” en Cruz Diez.
Es como la fotografía de un
ejército de avispas a punto de ser perturbadas por una mano que se acerca a
tocarlas; representa una imagen fija, pero la tensión que denota semejante
compendio documental, obliga al observador a dejarse arrastrar como quien cae a
un precipicio, dada la continuidad deductiva del intelecto, hacia niveles imaginativos,
en el que las avispas se precipitan hacia la mano, y se desata el ajetreo
lógico de una realidad, ya no fotográfica, sino enmarcada en la onda de lo
visual-vital.
Es donde entendemos que las cuatro
fronteras del rectángulo, no ofrecen como pensábamos inicialmente el básico
recorte que confina el trabajo a un paraje cercado, sin adyacencias inmanentes
al trabajo mismo, por el que pudiera someterse la observación, a una
esclavizada percepción, de penosa permanencia endógena.
Pero los circuitos aleatorios del
ser, consciente o inconsciente, cincela cualquier muro que abrigue desde toda
perspectiva opresora, la necesidad de aglutinar en la reducida dimensión de lo
real, lo que como obra de arte, más allá del pigmento, el polímero, la fibra
sintética u otros, la infinita condición libertaria de nuestra configuración ontológica
para crear ramificaciones, extremidades, planicies, universos, desbordando al taxativo
constructo, esta vez en un big bang ilimitado que sobreabunda por encima de la auténtica
periferia o entorno material, sin trazo de mirada sensitivo, emocional, lógico,
y matemático; sin puerta a otros mundos, a una cosmogonía hecha, ya no por el
artista original, sino por el artista de la percepción; aquel que ve, que
analiza, que alucina con la idea recibida como abrevadero eventual a persistir en la memoria hasta que la lenta
e inexorable marcha de los años, la sumerja en un sector del pasado del que
nada pueda ser capaz de rescatarla.