miércoles, 3 de mayo de 2017

La opción Costanei


La regia mesa de conferencias recibió tres hojas de un informe que Arcilonya lanzó sin brusquedad frente al presidente de “Poéticas generales”.

Cayeron suavemente en medio del aire frío, reflejándose por segundos en la madera, con una fidelidad casi perfecta.

Josenio Vedenta no estaba apoltronado en el sitio principal, con el retrato de su canoso padre hablándole de la magnificencia de aquel emporio, bajo la rúbrica de Villonatti, quien murió asfixiado en un Ferrari rojo, de su propiedad, de acuerdo a una argucia –si las más recientes evidencias inculpan definitivamente a Tredenci Milluna-, de un artista menor que envidiaba la magistralidad un tanto “naif” con la que Villonatti, muy lejos del hiperrealismo por cierto, lograba el volumen y la luz para los magnates de la oligarquía, hasta en los más diminutos detalles de una corbata Christian Dior.

Su amigo y empleado de confianza Juan Arcilonya, no quiso sentarse en ninguno de los 23 asientos equidistantes al aplique de lirios de la majestuosa mesa, imponente en un salón al menos treinta veces más grande que ella.

Prefirió además fijar sus grisáceos ojos en la tarea que ejercían dos piezas de mantenimiento, por el anverso y el reverso del extenso ventanal, del que intentaban obtener a diario con sus atriles y otros accesorios de limpieza, el más óptimo efecto de transparencia.

Una nítida panorámica de la metrópolis, reverberando entonces con pinceladas de oro y plata, bordeaba desde su discoidal disposición –a los ojos de Arcilonya-, el más vanguardista edificio que capital alguno pudiera haber pagado en los últimos años.

En él, dijo sin más: “Un voto en contra: Costanei”.

-¿Un nuevo engüeramiento, o es algo serio?

-Preocupante, más bien.

-Serio entonces; veamos.

Vedenta se acomodó en su mirada, igualmente grisácea, el único accesorio que desentonaba con la calculada ergonomía estética del asesor de imagen corporativa, y leyó sin vacilar el importante documento.

Arcilonya sonrío en medio de la inevitable tensión, al decir: “¿Te quedaste con los lentes de ‘Ivotrino’?”.

-Veo mucho mejor… de cerca… …Esto no va a terminar nunca –prosiguió luego de paladear varias veces el informe-; el coñoesumadre de Costanei… Nunca podré pagarle a la licenciada, eeh… ¿Cómo es que es?... Acevedo… que me lo recomendara… Guilardez se arrecha, marico, pero esta vaina hay que pagarlo; escucha: “La poética condenavidas propone una sola vía: ‘Suicídate’; el más reciente trabajo de Lupín Jardineri sólo puede considerarse un elogio a la altivez, que me reafirma lo inútil de ser buen escritor y carecer de valores capaces de evitar la autoflagelación, al estilo de los monjes medievales retratados por Humberto Eco en “El nombre de la rosa”.

-Te voy a decir una vaina, de pana; coño, Juvencio, fuera de toda su paja mística y sus referencias religiosas, estoy de acuerdo con Laura Lamarte: “Toda autoridad proviene de Dios”, y Jardineri es Jardineri.

-Jeje; Laurita… El Rey Saúl era un pastor de ovejas (ya que hablamos bíblicamente), y Dios lo puso en lo más alto, hasta que cayó en desgracia por no entender un coño de lo que estaba pasando, y cuál debía ser su rol… El día en que Laura Lamarte, o cualquiera de los que votaron a favor, escriban en un papel exactamente cada palabra que a mí me hubiera gustado decir, como lo hace este Costanei, el espíritu de Jardineri continuará sembrando el caos que quiera sembrar (su “anarquismo urgente”, como lo bautizó); pero mientras “Poéticas generales” tenga a este humilde servidor como custodio de la heredad intelectual, filosófica, que me encomendó ese –señaló el retrato-, que te adoptó a ti, a Dianita y a tus dos hijos para que fueran lo mismo que nosotros, los Vedenta Gudesprao de sangre… ese día yo mismo saco este gran carajo a patadas de mi edificio; porque la verdad es que tener que volver a revisar todo el bendito plan Jardineri, el Lemustri, el Parrichelli, el Gallardo, el Belisardi; da un dolor de bolas que ni te cuento; y todo aquello es rial perdido… y te digo otra vaina; no sé cómo puedes seguir apoyando a Laura Lamarte después de haber leído esto, y el otro fajo de documentos que anexó Costanei.

-Soy fiel al viejo, déjate de vainas: “No quiero que me caigas a embuste; quiero tu corazón”. Hizo al iniciar la frase, con los dedos índice y pulgar un círculo a una cuarta de su entrecejo y lo bajó formando un arco, hasta colocarlo y deshacerlo en una secuencia lineal, a quizás tres, del nudo de la corbata, justo en los estertores de la “s” de cierre.

Vedenta y todo su autocontrol lo miraron seriamente a los ojos. Luego bajó la cabeza y se mantuvo un rato sosteniendo el escrito en la mano extendida sobre la mesa; cavilando sin dudas alrededor de lo que pudieran ser sus próximas decisiones.

Se levantó y caminó hacia el ventanal, dejando a Arcilonya a la expectativa.

-Mira, cabeza e’loro –dijo con gesto grave al obrero que limpiaba por dentro- …¿qué tanto trapo le pasas a ese vidrio; tú no tienes oficio?

-Coño, marico ¿quién te entiende?

………….

Gerónimo Guilardez colgó el teléfono y trasladó a la antesala de su oficina un comentario que elaboró para Gilna Trinei:

-¿Sabes las bolas de Josenio? Mandó a parar todos los proyectos de “Poéticas generales”…

-Noooooo.

-Dizque por “recomendación de Costanei” –hizo las comillas con las manos, mientras empinaba la cabeza como mirando a Costanei en las alturas.

Gilna Trinei, asombrada, se echó a reír llevándose las manos a la boca.

-Bueno, irá a sacar real no sé de dónde; esta vaina está quebrada –dijo el Gerente administrativo.

Pareció querer agregar algo, manteniendo el estado de perplejidad, y finalmente, tras un lapso de unos diez segundos en los que concluyó que sobraban las palabras, regresó al cubículo.

Gilna Trinei, también en shock, lo siguió con la mirada hasta que la puerta se cerró detrás de él, como relataría un rato más tarde –utilizando parte de algún viejo bolero-, a la recepcionista principal.

-“la puerta se cerró detrás de ti, y nunca más volviste a aparecer, dejaste abandonada la ilusión laralaralalá laláaaaa…”.

Andrea Solís tenía poco tiempo en la empresa; no emitía más palabras que las de sus ojos negros y brillantes, abriéndose mucho o poniéndose pequeñitos al sonreír. Vedenta se refería a ella como “minianuncio”, al considerar que nunca ninguna persona había reunido en sí misma con tanta rigurosidad los requisitos exigidos por aquel diagrama de cuarenta palabras; entre otras cosas “-Bachiller -Bilingüe -Buena presencia -Proactiva –Trato agradable –Excelente pronunciación"…

Le gustaba ser discreta mientras no conociera a fondo los intersticios del entorno en que se encontrara inmersa; por eso ordenó muy bien el escritorio poco antes de las cinco, y a ésta hora abandonó las oficinas sin darle relevancia alguna a las confidencias de Trinei; entró al ascensor y bajó cinco pisos junto a otras compañeras.

Un vigilante se acercó a otro que tampoco le quitaba la vista cuando ya fuera del edificio, tomó una larga acera por donde se perdería caminando, entre todo el movimiento citadino del atardecer. “Lo mejor de trabajar en ‘Poéticas’, Casilete”. “Yo he visto mujeres buenas, mi llave, pero aquí abusan”.

-Me aprendí una poesía hace mucho tiempo “Una calle se hizo ancha, muy ancha, para verla pasar”.

El aire recogió la voz y se dijo aún con el aroma de Andrea pasando aquella calle para que la viera: “Andrés Castillo Vásquez”. También iba en el azabache marino de aquel cabello largo; en las formas sugerentes, en la tez acanelada; en el ensueño juvenil de una sonrisa fácil, blanca en los dientes; en cada paso ágil, firme.

Buscaba la inmediatez del acontecer faltante hasta tender su cuerpo en el mar.

Para hundirse desnuda, entregada al reverso de la noción de ser; sin miedos, sin ataduras, sin proyectos ni planes, sin opciones, sin pugnas; en ella libertad, ella luz, ella palabra, verso, y sólo verdad; sin noción de futuro; ella; y nada más.


  


 
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