Un
compungido Presidente Nicolás Maduro, afrontó la derrota 6D, aceptándola, por
un lado, y atribuyéndola a la “guerra económica”, a fin de esgrimir ante el
país, una variable con fuerza para interpretar
el reciente hecho político, desde las filas que representa –digamos,
sectariamente, porque un presidente es para tod@s-, tal vez
como recurso de consolación al remanente de parciales, a quienes sin dudas debe
pesarles hoy la derrota, pero que ya pudieran tener el cuero curtido por lo
adverso, con un líder máximo, supremo, ido ya hace un buen rato, como cualquier
mortal de tiempo choreto o desajustado de alguna manera, y no preciso, perfecto
como el de Dios.
Perder
la Asamblea, no puede ser equiparable a ver desvanecerse en la corriente
histórica, a quien se embolsilló la lucha sempiterna del chiripero que forjó la
izquierda en Venezuela, el juramento del Samán de Güere, el PSUV, la “bicha”, y
otros factores políticos y/o institucionales, en un personalismo confeso, bajo
la convicción de que pasaría mucho tiempo antes de que alguna de las piezas que
utilizaba en el tren ejecutivo u otros, pudieran tener la talla caudillista,
que él –del linaje de Maisanta-, ostentaba; “por ahora” todos ellos servirían
para que alguien llevara sobre sus hombros los pertrechos de las malas
políticas; las culpas no pueden ser espectros apátridas en pena; alguien debe
arrear con ellas, asumirlas, otorgarles propiedad.
De
ese fuelle estertorero hablamos, de ese débil pundonor que permite balbucear
cualquier aventura semántica sin resuello, anclado en la claridad de una
dicción post derrota, aún inteligible, al momento en que definimos el par de
palabras que titulan
lo presente.
Noticierodigital nos
dio la pauta, al traer un parafraseo doliente –así lo percibimos-, en boca
de Winston Vallenilla, procurando en la nostalgia corporizar la humanidad de
aquello que no se hizo sangre, ni voz, ni nada en los afiches publicitarios, en
los avisos de prensa, en las vallas, u otros, como último recurso para avivar
la indiferencia soberana, cansada de desabastecimiento, de colas, de sin luz,
sin agua, sin esperanza: “Por ahora los objetivos no fueron logrados”.
El cambio que refleja este hito
en el devenir político en que vamos inmersos, no pudo ser detenido por el
rostro sonriente de Chávez, por doquier, como evidente testimonio, de que “por
aquellos montes lejos”, como él solía cantar a su camarada Acosta Carlez,
todavía algún vaho de figuras lejanas en la memoria, proyectaba la certeza, de
que el controversial personaje tenía razón, y se la daban de forma taxativa los
propios “no somos nada” que hoy amanecen disminuidos en el mapa pintado casi
todo de azul.
Porque los herederos del chavismo
y sus hechos, prefirieron dejar en el recuerdo de quien los consideró incapaces
de llevar adelante un buen proyecto de país, todo argumento razonable, toda
exposición lógica de los aportes sin aquel, en una subestimación propia que
tenía obviamente que resultarles contraria.
No puede ser otro, el perdedor de
esta jornada, que el propio Chávez, porque las consignas que exaltaban el ánimo
de un pueblo por mucho tiempo fiel –al caudillo-, se aferraron siempre a
paradigmas determinantes, como aquel según el cual “Con Chávez manda el pueblo”,
y Chávez ya no estaba; o el otro que afirmaba: “Con Chávez todo, sin Chávez
nada”; y quien llevaba ahora la voz cantante en el balcón del pueblo, era un
minusválido de liderazgo, un discapacitado intelectual, sin Chávez; un huérfano
de brújula, de acimut.
Alguien que según sus propias
palabras, no pudo revertir una derrota en la “guerra económica”, desde el Poder
con todo, con medios, con petróleo, con dinero, con países aliados, con
préstamos de China, con habilitantes, con ideologías utópicas, y sobre todo con
pueblo; pueblo bachaquero de compra y venta, pueblo de colas, de tiempo perdido,
de presión OLP; pueblo deportado; pueblo mermado en su aparato productivo, en
su maíz materia prima, en su harina procesada, blanca, para mandoquitas,
empanaditas, arepitas dulces u otr@s.
El “por ahora” del
líder máximo del chavismo, hoy alicaído pero abrigando una nueva esperanza en
sus bases pueblo, golpeadas, estimuló en proporciones agigantadas el estado
apagado de un pueblo venezolano mordiendo polvos diarios en el paisaje
puntofijista postrero; iluminó su faz; insufló oxígeno para abombar los comprimidos
pulmones ya precarios; pero el endiosamiento que a sí mismos se otorgaron, con
la osadía de segregar anticonstitucionalmente a sus propios congéneres, al
parecer con revanchismo, llamándolos escuálidos o tratándolos como venezolanos
de baja categoría, fue transformando aquel huracán de aliento y arcoíris con
bálsamo de pueblo, en un proceso real para el complejo mundo nacional, con
anticuerpos “no come cova” de vertical dignidad.
Hasta llegar al
insoportable llegadero, bosquejado en el país que tenemos; delineando el surgimiento,
auge y caída de un ciclo de expectativa sobre lo que pudo ser y no fue; al
epílogo winstoniano susurrando un “por ahora” bucólico, parado en la surraspa
de patria que nos dejan los trapos rojos en la arena de la circunstancial derrota,
luego del otro, genésico, primigenio, auspicioso, de un arañerito llanero, sin
aureola ni unción “patria o muerte” de sacra nombradía.
Hoy pudiera leerse en
la irreversible victoria de la Unidad, en la manito ganada, una tabla rasa que
nos catapulte juntos al futuro; con el no somos dos bandos necesario
templándonos las orejas a cada tentación separatista; con el oído al tambor
constitucional abriéndonos los brazos amorosos a la Justicia, sin tiranía, como
soñó nuestro sempiterno Simón.
De aquí en adelante
no queda más nada qué decir; sino entender que las cosas deben cambiar no para
que todo siga gatopardianamente igual, como decía el cuento aquel, sino para
que cambien. Pa’trás espantan.