miércoles, 14 de octubre de 2015

Tyszka y la absolución de la historia


Pasada la fecha conmemorativa del día en que Colón llegó a nuestras tierras, volvemos a encontrarnos con la escritura del columnista dominical del Diario El Nacional, Alberto Barrera Tyszka, quien en medio de cierto “mea culpa” por haber firmado una salutación de recibimiento a Fidel Castro, de visita a Venezuela para la “coronación” –así la referimos-, de Carlos Andrés Pérez, presto a comenzar su segundo periodo presidencial, aborda la reciente reunión en La Habana, del Papa Francisco, y Fidel Castro, de reconocida inmersión en la humareda de un pertinaz ateísmo.

Se dice de Castro, que no profesa fe en un Jesucristo Salvador y Redentor, sino hombre; un ser humano más (embaucador, bajo ésa óptica, si se llamó a sí mismo Hjo de Dios y Mesías)-, pero que habría mostrado ciertos valores de carácter social, a los que el prominente personaje insular admira.

Afirma Tyszka sin remilgos: “Cuando el Papa Francisco se tomó la foto con Fidel Castro, la Iglesia católica estaba legitimando a un gobierno que lleva más de 50 años en el poder”.

Tal convicción permite suponer, al adolecer de argumentos concomitantes de apoyo, que la misma frente a un espejo, luce la faz doctrinaria de la precariedad en modo repotenciado.

Y de allí surgen estímulos para aventurar caracterizaciones que pintan al columnista, con aceites de izquierdismo, de genética antimperialista, de una dimensión comunistoide, como foco de apreciación integral, del que no escapan las pisadas sobre prados sacrosantos; no es nada ofensivo, certificamos el fajo de palabras con foto arriba y a la derecha, en la página 7  del cuerpo de Cultura del periódico que fecundó Miguel Otero Silva.

No es la primera vez que un Papa se religa con gérmenes vitales del conflicto coyuntural en estudio, como podemos precisar, al poner de revés el conteo del tiempo, y detenernos en una foto gris con Juan Pablo II amonestando al poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal, en el año 1983.

Cardenal, genuflexo, en señal de humildad y respeto, era increpado por el líder eclesiástico, que debía tener en su órbita de formalidades la seguridad de que esos senderos, abrazados también por Camilo Cienfuegos, en cuerpo y arma, eran antítesis cristiana de “No es con espada ni con ejército, sino con el Santo Espíritu de Dios”.

No puedo opinar sobre Tyszka, a quien leo por observar en sus líneas una voz de ostensible rango poético, madurez analítica u otros, con un criterio que pueda condenarlo o absolverlo, sujetando en mis manos lo que dice y/o lo que hizo, a fin de que secunde al personaje de Demi Moore en “La letra escarlata”, encadenado a un pesado estigma, y deambulando como espanto en una ciudad hostil, o que desemboque nominalmente en un rincón sombrío de móvil “Vergatario” –los baratones de Chávez-, relacionado como “Lista negra”; evocación fatídica de salvajismos sociales que creíamos ya inexistentes, y muy bien descritos en Mene, el ítem patrimonial de esa literatura modernista de la que pudimos las generaciones posteriores, divisar arcaicas panorámicas de interés primordial para edificarnos contra la barbarie.

Pero él resiente un fardo sobre sus espaldas, un recio bacalao de remedio para la tos, susurrándole infiernos por haber creído a los 28 años “que un  remitido puede cambiar al mundo” –con un puntofijismo en picada  y carcomido de corrupción, complemento yo, visualizando atenuantes-; en realidad ignoro si la historia lo absolverá.

Desde mi pasión escudriñadora de las sagradas escrituras, y alguna faceta personal de apego religioso, me atrevo a recomendarle, sintiéndome comprometido en un encargo celestial, que “se cuide de la levadura de los fariseos”

Todos queremos –y hacemos aportes para ello-, que Venezuela salga del atolladero en que estamos, por caminos democráticos, pero estoy seguro por fe cristiana, que la mejor estrategia no es exorcizando demonios en forma de fallida selectividad, como sugiere Tyszka con esa dosis de jocosidad que siempre es grato conseguir al leerlo: “¡Manuel (Rosales), no! ¡Por favor! ¡No regreses! ¡No nos hagas ese daño!”… porque pudiera aprovecharse el papel, tan escaso cuando uno más quiere expresar, en añorar convocatorias de urgencias más heroicas, apostadas “aquí mismito”, como solemos decir, “a la vuelta de la esquina”.

Los Fariseos fueron una casta religiosa que acosó a Cristo con saña; respecto a la cual el Mesías Redentor, no tuvo impedimentos para enrostrarle asqueado, si se quiere, sus impertinencias; “Hipócritas”, les decía.

Las más elementales nociones de cristianismo revelan que Cristo “no vino a sanar a los sanos, sino a los enfermos”, y que la curruña o arrejunte, la amistad, entre un cristiano y un pecador, es lo más natural que puede haber en este mundo; no para que la oscuridad contamine a la luz, sino al revés. Los fariseos detestaban que Cristo anduviese con publicanos y pecadores, porque aquellos se creían la última Cocacola, los impolutos, sin ser así.

No hay nada que pueda mover más al jolgorio, al son y la pachanga, que la mamá de las lámparas –en rango humano-, arribando a “la más profunda oscuridad”; lo que supone la presencia del Papa Francisco en Cuba, al lado de los hermanos Castro y el pueblo antillano.


El problema es si en realidad Bergoglio está transmitiendo en su mensaje allá, una palabra ungida de refinada espiritualidad; porque hay rumores en las redes sociales, por ejemplo, que le atribuyen frases difíciles de procesar como pertinentes por quienes creemos con La Biblia, que “Cristo es el mismo ayer, hoy y mañana”, como eso de que “los ateos se nos han unido”; una evidente incompatibilidad ideológica que echa por tierra la herencia crística de mayor estima que se pueda concebir terrenalmente: “Tanto amó Dios al mundo, que dio a su hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”.
 
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