Los sucesos externos en general son tan
inconexos, que no hay poder intelectual –cree uno-, capaz de desarrollar una sucinta
labor compiladora, donde todo quede apelmazado en la forma, por ejemplo, en que
funcionan los motores de búsqueda de páginas web como Google, Yahoo u otros, bajo un esquema en que con sólo escribir las palabras clave correspondientes, accedemos al grupo de ellas, análogo o
directamente al enlace que contiene lo que buscamos.
Esta deficiencia humana, especialmente patética
en “gente como uno” (R. Redford), que adolece de las técnicas idóneas para
hacer determinados seguimientos de carácter público-noticioso, propios de
quienes ostentan credencial periodística –o similares-, impide que podamos
tener una visión global, exacta, sobre lo que habilitemos como objeto de estudio,
y obliga a encaminarse siempre sobre líneas de incertidumbre, si nuestro
interés se orienta a emitir opiniones, o dilucidar acerca
de cualquier tópico que escojamos, sobre todo si el mismo ofrece profunda complejidad
de concepto o larga data cronológica, o cualquier otra posibilidad.
Hablar en mi caso de María Corina Machado,
tiene estrecha vinculación con lo que acabo de dejar garrapateado en los
párrafos anteriores; uno puede exaltar alguna postura política por razones de
firmeza de carácter al momento de abordar una situación que encarna cierto
riesgo, incluso, o básicamente de tipo “físico”; elogiar determinadas
capacidades en el ámbito organizativo; formación en el área de “liderazgo”;
tenacidad; sensibilidad; sentido de coherencia y refinación semántica al
comunicar, entre otras cosas, pero se ve siempre, dado el alud de datos informativos
que se precipita por donde quiera que se sintonice información, a no comprometerse
en respaldo, solidaridad automática, apoyo de cualquier tipo, hasta que algún
evento coyuntural –como pudieran ser las elecciones del 6 diciembre-, no encajone
de tal modo la vía, que uno se vea en la encrucijada del “sí o no”, en la etapa
de “penalty”, sin más allá.
Contrasta desde una cara bonita que a mi juicio
no se cimienta en el prototipo estético, estrictamente material, sino en algo
del alma, con una visión superficial del “hacer país”, ya escuchado en etapas
que se van olvidando, en boca de Julio Borges, con una convocatoria a enamorar
electores (chavistas, si mal no recuerdo), y ahora con la englobada palabra de
Wladimir Villegas, entrevistando a una hija del conocido músico venezolano
Chucho Sanoja: “¿Cómo vas a enamorar a los votantes?” –algo así-.
A María Corina Machado –piensa uno al verla en
una foto con moretones en los pómulos y sangre en la nariz-, le han querido
desfigurar su talante democrático; quiero decir, su empeño por defender desde
el ser que la integra, la libertad de decir, de hacer honor a quienes le
sembraron la vida, de “Generación del 28”, de “Por ti la flor en las bardas y
la rosa de Martí”, de Bolívar, y de Constitución Nacional.
Hay quienes piensan que el camino abonado por “’papá’
Chávez” –que en paz descanse-, está nutrido de exclusión; cuando el extinto ex
presidente, en sus discursos pedagógicos relativos a la difusión de “polis” –heredad
griega-, no dejó de remachar, haciendo honor a una licenciatura en Ciencias
Políticas, que la política es inmanente al ser social; como un brazo o el aire
para el policía, el cartero, el lechero, el peluquero… -dijera “Viva la gente”.
En la entrevista de Villegas, escuchamos a su
contraparte, en palpable contradicción con la ortodoxia paternal, afirmar
fehacientemente que los empresarios no deben abrazar aspiraciones políticas;
empujando una definición del tipo ”o chicha o limonada”, que uno no puede
atribuirle sino al lógico neofitismo que dicha aspirante a diputado sobrelleva;
le extrañó incluso la frase “Constitución Nacional” con la que el moderador
concluyó una pregunta: “¿Qué?” dijo; Villegas repitió “Constitución Nacional”;
faltó que rematara, la invitada, enarbolando la expresión a la que Luis
Miquilena catapultó a la historia en algún contexto pasado: “¿Con qué se come
eso?”.
Frente a María Corina Machado, suponemos, de
acuerdo al flujo comunicacional que captamos eventualmente, que no contemplamos
un liderazgo afanado en afianzarse tan sólo en las energías emotivas que suele
proyectar un rostro interesante, una sonrisa u “otra cara bonita”; entendemos
que el líder de la atribulada Venezuela de hoy, no puede salir únicamente a
enamorar electores por vía de la empatía formal.
Un mal gesto, la actitud distante, u otros, no
facilitan la obtención de dividendos electorales; pero en un país por el piso
desde el punto de vista económico, debido además a la falta de preparación
empresarial que han demostrado nuestros dirigentes, ajenos al manejo orgánico
de toda la sistémica que ha implementado por ejemplo Eugenio Mendoza, y que
mantienen inactivas o con baja productividad a una considerable cantidad de
medios estatales de producción, lo que se impone es precisamente que cada uno de
los venezolanos, junto a lo que hacen por subsistir, su actividad profesional,
su arte, o sus responsabilidades estudiantiles, u otros, asuma sin complejos su
ciudadanía política, su apego constitucional, en pro de aquello en lo que cree;
porque es esa la razón por la que a esta República, que antes se llamaba “Venezuela”
–a secas-, se le hizo el agregado de “Bolivariana”; porque eso somos (aunque ya
estaba sobreentendido); una generación que nació de Bomboná, Pichincha, Junín, Ayacucho;
el Discurso de Angostura, la Carta de Jamaica, el Delirio sobre el Chimborazo.
Bolívar no nos soñó como constructos abstractos
inmersos en el ajetreo cotidiano por la “polis”; muy por el contrario, hacemos “ciudad”,
por él; nuestra impostura racional ciudadana, viene de meterse en y afrontar dificultades
que no a todos o todas resultaban confortables.