Las nuevas generaciones, a medida que
van descifrando los hechos sociales, políticos, económicos y otros, ven que
como sospechaban la vida ofrece complejidades operativas, de múltiples
perfiles, sobre la cual surgen flujos particulares, en dinámicas estables,
caóticas u otros, de notoria relevancia, estimulando la necesidad de adoptar
una actitud analítica, de estudio, exploratoria, en un plano empírico, pero que
coadyuve a cuando menos tener nociones generales, como puente a posturas no
absolutamente pasivas, en un entorno que demanda desde las más sutiles a las
más burdas formas, sentar posición respecto a los aspectos referidos.
Hay quien se sumerge en la madeja, ya
incluso abordando con determinación lo académico, y frente a dilemas, problemas
o algún otro escenario coyuntural, realiza movimientos protagónicos, que se
tornan eventualmente ondas desestabilizadoras de un orden o caos específico,
reestructurando los elementos en juego, y delineando giros, de hecho, que
conducen la realidad intervenida hacia una dimensión distinta, entregando a los
entes activos, con capacidad de criterio, una reorganización atmosférica, que
puede corresponder tanto a lo que plasma el término en forma literal, como a cualquier
faceta metafórica posible, inherente al mismo.
La juventud hará el futuro con la
información que la programe, de acuerdo a experiencias ajenas que hoy más que
nunca, desde el camino marchito de la historia, le puede saturar el cerebro
–conectado a menudo al mundo tecnológico, satelital, y a los medios de
comunicación tradicionales-, de las más dispares formas de concebir la vida –lo
cultural sincrético-, en aporte de alguna manera deseable, por democrático, pero
que impulsa a seleccionar responsablemente, con el escepticismo como método de
vanguardia, lo constructivo, en medio de aquello que no sirve (lo obsoleto, lo
absurdo, lo que pervive atado a un juego si se quiere infantil, beligerante,
por intereses que adolecen, en general, de razonamientos objetivos; vinculados
por el contrario, a una visión beisbolera del poder; donde lo que nos quita el
sueño sobreviene por vía del revanchismo fanático, la eterna rivalidad de los
más rápidos y furiosos del engramado, contra los bates quebrados con uniforme
de otro color; Magallanes como pesadilla, y Leones como ensueño, o viceversa.
Las reservas internacionales –capital
de cada venezolano-, se nutre del buen manejo financiero que ejerzan quienes
logran electoralmente la representatividad, refrendada constitucionalmente, del
grueso poblacional a quienes en los últimos años comenzamos a llamar con mayor
énfasis, el soberano.
Pero las políticas integracionistas
que desarrolló y desarrolla este proceso, tuvieron un peso definitivo, en pro
de la situación económica que hoy nos obliga a sacudirnos el letargo, y ver –como
decía Eudomar Santos en “Por estas calles”-, “¿Qué es lo que está pa sopa?”
(Ibsen Martínez); porque si tenemos una dependencia tan abrumadora de las
importaciones con las que podemos a duras penas colocar algo en los anaqueles
del mercado (se calcula una cifra cercana al 95%), está demasiado fácil
deducir, que invirtiendo recursos para la auto sustentabilidad en el Agro, la
Industria, el Comercio, la Ganadería, Minería, y todos los campos de
productividad que facilita la Nación, por territorio, áreas marítimas, recursos
naturales renovables y no renovables, entre otras cosas, en vez de estar ahora
mismo dependiendo de Argentina para degustar un buen bisteck, pudiéramos estar –según
una política equilibrada de solidaridad internacional-, criando a buen nivel
nuestras propias reses, cochinos, gallinas, y más, en una acción que
seguramente nos hubiera liberado de aparecer, tal día como hoy, punteando con
Grecia –-según informe que avala el economista de dilatada trayectoria Domingo
Masa Zavala, en el
diario El Nacional-, el liderazgo insólito –por lo que nos toca-, entre los
pueblos con mayor “riesgo país” del globo; luce innecesario revisar el estado
financiero de las reservas internacionales, cuando por todas partes se reconoce
una descapitalización que hasta da ganas de ocultar a fin de no espantar la
inversión foránea, desde nuestra doméstica exigüidad.
Por aquí se compran unos autobuses,
por allá se inaugura una escuela, más allá se lee un anuncio que promueve la
inauguración de un hospital; pero nada de eso es indicativo de que el país se
desplaza venturosamente en una travesía onírica, acaso por parajes celestiales
de Narnia, entre veladuras violáceas de bruma taciturna, con destellos coloridos
de diminutas estrellas, al paso de unicornios –cual pegaso-, en una historia sin
final, de sobrenaturales melodías.
Porque la miseria también pernocta
entre nosotros, venezolanos, por donde pasa y no pasa la reina, con un kilo de
leche en polvo, pasteurizada -tras la odisea por conseguirlo-, que puede
acercarse al “palo”… pero, no importa: “Magallanes será campeón!”.