jueves, 27 de noviembre de 2014

El harakiri bonito
Pablo J. Fierro C.

¿Es posible delinear una utopía en la que podamos visualizar automercados, abastos y bodeguitas, vendiendo los productos de primera necesidad que hoy escasean, sin colas ni empujones, luego de un diametral golpe de timón a las políticas económicas, no ejecutado por cierto desde los mandos actualmente instaurados con autoridad gubernativa? No desde dichos mandos, porque parece insoslayable, que el ejercicio de la mencionada voluntad para madrugar, hacer colas, luchar un puesto, perder horas y horas para comprar dos paquetes de harina, pasta o leche, viene dinamizado precisamente desde el centro de poder que ostenta la investidura principal para organizar piramidalmente todo lo concerniente a nuestro proceso económico, en esencia, así como el resto de las áreas que en conjunto conforman nuestro presente modelo de producción.

Estamos hablando de una eventual presencia en el gobierno, de una fuerza opositora que proyectada como hipotético futuro, por vía constitucional, por supuesto, trastoque los esquemas instituidos, y restituya los caminos formales que enmarañó el destino, hasta conducirnos al “como vaya viniendo vamos viendo”, inexcusable de hoy.

No apunto al neoliberalismo salvaje de los últimos tiempos puntofijistas; donde el apego ortodoxo –pero además enrarecido por la corrupción- a presuntas leyes de mercado, de precarios índices de ductilidad que igualmente apretaban un gancho o alicate contra el estómago de lo que se menciona como un 80% de pobreza… Hablo de un tiempo anterior, donde la sensatez de las primeras intenciones socialdemócratas, demócrata-cristianas, aún permitían espacios para desandar rutas que pudieran llevarnos a realidades en las que la ciudadanía pudiera salir favorecida, en el sentido de no desplomarse abatida frente a paquetazos económicos de dura cerviz, de seco corazón, sin humanismo -aunque con técnicos y profesionales convencidos de estar aplicando estrategias clásicas o vanguardistas, pero siempre sustentadas en el raciocinio académico que estableció la historia, por vía del método científico-, pero tampoco mantenerse en la zozobra, el desbarajuste, la incertidumbre vigente, fruto de la improvisación continua; del encaminarse tozudamente hacia los rumbos que demarca el Capitalismo de Estado, aunque en un nivel que apenas roza los albores, pero al que ya se le ven las costuras, de “largo y tortuoso camino”; de “lo que viene es candanga con burrundanga”; más o menos como de “sálvese quien pueda”.

La economía de nuestro país cada día está peor.

La hoy llamada Revolución chavista, nunca tuvo nada claro desde el punto de vista de lo que debía hacerse para manejar los abundantes recursos de diversa índole, que tiene Venezuela, y con los que pudiera sacar la ventaja previsible, que se suponía podía sacar, con un gobierno de presunto afán reivindicativo de las clases más necesitadas.

El primer presidente de la llamada Quinta República, Don Hugo Rafael Chávez Frías, fue quien primero dio muestras de no saber dónde estaba parado, ni qué hacer para que el país se disparara hacia escenarios de bonanza sustentable; porque una cosa es tomar medidas cortoplacistas, o tangiblemente populistas, y otra -que es la que debe estar afianzada en cientificismos y academia, en mi opinión-, crear estructuras de soporte, sólidas, sobre las cuales se erija el aparato productivo, de tal modo que la Nación, especialmente en lo económico, se desarrolle armónicamente en cada una de sus partes, y pueda comerse las verdes y las maduras a su debido tiempo, así como prepararse para eventualidades adversas, dada las complejidades inmanentes a todo este asunto de superlativa importancia que visualizamos como economía global; en el que no escapa, querámoslo o no, la erosión persistente del quehacer corrupto.

Pudiera pensarse que Chávez empezó colmado de buenas intenciones, si giramos la cabeza hacia su prédica sincrética que aspiraba complacer a todos, desde muchas palabras que dijo, en las que incluso se barajaron posibilidades a la inglesa, con políticas que para aquel momento generaban buenos comentarios respecto a la gestión de Tony Blair.

Luego vinieron medidas concretas y ensayos por los cuales hoy estamos pagando un alto costo, dadas las evidentes deficiencias que borronean un drama desproporcionado, expuesto a la luz en el sistema educativo, hospitalario, alimenticio, cultural, deportivo, etcétera.

La idea acá, no es decir que no se ha hecho nada; sino que lo que se ha hecho, como las misiones Barrio Adentro, Robinson, Rivas, Sucre, entre otras, son paliativos que tienen su importancia, pero que no contribuyeron a solidificar el piso económico que a estas alturas debería permitirnos holgura tanto desde el punto de vista endógeno, como exógeno. Nuestra inserción en el mercado mundial debería gozar ya de felices resultados, si a la par de las inversiones en educación, salud, etcétera –cosa que se fraguó ensayando relaciones de intercambio donde normalmente salimos desfavorecidos-, hubiésemos estimulado la producción nacional; incentivado la industria y el comercio; la ganadería… Por el contrario, se golpeó y se golpea incesantemente estos factores, incluso, ya como única forma de forzar beneficios al pueblo, que de otra manera, con toda la riqueza que se supone entró en años anteriores cuando el petróleo estuvo a buen nivel de costo, no sería posible.

El mayor fracaso de este Socialismo, es no ser, en el aspecto económico fundamentalmente, ni chicha ni limonada.

Estamos de acuerdo con Simón Rodríguez en que se debe “inventar o erramos”; pero es obvio que se debe “inventar” con criterio; porque cualquier paso en falso está expuesto incluso a la catástrofe.

El gran error de la Revolución chavista fue; en este balance que esbozo, aplicar un fajo de lineamientos multifacéticos, de corte suicida.

Aceptar, primero que nada, el engaño de que Venezuela somos dos partes antagónicas irreconciliables, y en ese contexto, lanzarse a gobernar en todo los ámbitos, forzando la barra de un lado, y en muchos casos hollando el suelo sagrado de la Constitución, para tratar de favorecer, a quienes ofrecen el piso político, con pañitos de agua tibia, dádivas, edificaciones, construcciones, etcétera, que, ya lo dije, son importantes, pero si no hay una industria y un comercio florecientes por otro lado, incluso por parte de las empresas que maneja el Estado; lo que se está creando es un espacio-tiempo de mediana y a veces exigua satisfacción virtual, que permita el avance del Titanic “hasta que el destino nos alcance”.

A esta fecha, y quizás más que nunca, el acimut económico gubernamental adolece de unos indicativos ciertos que le ofrezcan a uno la certeza de que por lo menos en algún momento podremos ver luz al final del túnel.

Las medidas que al parecer pudieran llevarnos a la utopía soñada del Siglo XXI, por parte de la poca esperanza que pueda adjudicársele a estos gobernantes, es llenar de presos a ramo verde; y como el caso que se denuncia desde Marea Socialista en la voz de uno de los directivos de Aporrea, “crear cercos” herméticos para que no trasciendan noticias como un presunto desfalco a la nación de miles de millardos, en el año 2012.

Hoy leo una aislada reseña acerca de cierto articulista de Aporrea que denuncia una presunta inclinación ideológica del actual presidente Nicolás Maduro, hacia los predios de la derecha, cosa que esgrime, además, como motivo para renunciar al PSUV; ante esto, contradictoriamente, mi percepción personal parece más bien, aunque de manera muy leve, asumir un respiro de esperanza.

Porque como decían antes, hermanos, “No somos suizos”; el extinto y bien ponderado José Ignacio Cabrujas dijo por su parte, que nuestra identidad –la de los venezolanos- era no tener identidad; y así mismo podemos ver, pasados ya unos años de  “Patria, Socialismo y muerte”, que nosotros no somos comunistas, ni socialistas… ni siquiera adecos y copeyanos, o chavistas; nosotros somos venezolanos; eso es lo que nos agrupa en esencia; y tampoco somos dos bandos, sino uno; como cantan Neguito Borjas y Francisco Pacheco, entre otros, para esta navidad: “No quiero ser la mitad, quiero ser la Patria entera”.

Quizás volver a nuestra identidad sin identidad sea lo que al final nos permita acoplarnos como piezas de un rompecabezas, como siempre lo soñó Simón Bolívar desde sus escritos delirantes; el Discurso de Angostura, que aunque “angosto”, tenía suficiente hidalguía y corazón para que en justicia pudiéramos ahí morar todos.

Industrial, obrero, comerciante, campesino, artista, político, artesano, militar, civil, venezolanos todos, ¡Vamos gente de mi tierra!
 
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