sábado, 7 de diciembre de 2013


PAGAR IMPUESTOS ¡QUÉ GOLILLA!
Pablo J. Fierro C.


El orden fiscal se define a partir de diversas variables concatenadas que operan en un escenario de acuerdos preestablecidos por la Constitución y las leyes de la Nación; quiero decir: Estado; comercio; grande, pequeña y mediana industria; artesanos; etcétera.

La dinámica económica, producto de necesidades naturales del proceso socio político contemporáneo en Venezuela, describe una realidad que obliga a los entes involucrados, a sujetarse a las diferentes exigencias que imponen los deberes y derechos con los que se garantiza, como fruto de una optimización increscendo de la evolución civilizatoria, desde el punto de vista de los ideales democráticos, lo que podemos conceptualizar, apoyándonos en una expresión de uso frecuente en los últimos años, como “calidad de vida”.

La polvareda levantada por las recientes políticas de corte económico, que implementó el gobierno nacional en función de lo que consideraron un imperativo ineludible, debido a las cuales se procedió a la intervención de las mega tiendas de productos de diversa categoría como electrodomésticos, maderas, cerámicas, ropa, entre otras, impactando, por un lado al empresario directamente afectado, y a toda la estructura económica nacional –a nivel macro-, y por otro lado a las expectativas de redención social de los sectores con menos posibilidades, de beneficiarse mágicamente, al adquirir productos tradicionalmente costosos, a precio de golilla, de gallina flaca.

Como toda medida de semejante proporción, donde las empresas acusan el retumbe espasmódico del lineamiento empoderado con mano de hierro, al desplomarse en horas el flujo de ganancias cotidianas, de un modo dramático, se incuba y explota con inmediata espontaneidad, la respuesta de facto y comunicacional, por parte de los afectados, con algún estertor de pataleo cuando ya el daño está hecho, y la pólvora encendida del periodismo opositor, conjuntamente con la indignación ciudadana adversa la medida.

Es un tipo de suceso que obliga la atención general del venezolano responsable con su país, porque lo que está en juego frente al mismo,no es algo aislado que afecte a un sector determinado, como por ejemplo la salud, la educación, la niñez, u otro; se juega con las bases fundamentales de la plataforma que sustenta integralmente cada faceta de los constructos de producción, supervivencia, diversión, y más, que en general nos capacitan para engranarnos con los mecanismos internacionales de comercialización e interrelación general, gracias a los que, de acuerdo a nuestros recursos naturales renovables y no renovables, a nuestras posibilidades de insertarnos en el intercambio de importación y exportaciones, podemos detentar una posición digna que nos permita como es deseable, mantener nuestra calidad de factor independiente y solvente.

El quiebre de nuestro aparato productivo –con razón o sin razón-, que pudiera ser una consecuencia a corto, mediano o largo plazo (como también pudiera no serlo), constituye una espada de Damócles que se acentúa como riesgo en esta coyuntura ya menguante de largas colas para hacerse de un 24 pulgadas de alta definición con blu ray y otras delicias, una cocina, un horno microondas y pasar diciembre full pantuflas en asiento nuevo, mullido y reclinable ¿es malo? diría Luís Silva: “A quién no le va a gustar?”

Porque no es la primera vez en nuestro proceso histórico que tenemos un hueco fiscal respetable, que hay escasez, que hay devaluaciones, especulación, y tal; pero también han sido de carácter fluctuante los momentos en que en el gráfico representativo de los vaivenes de nuestra economía, se han registrado picos favorables como para que se incremente la compra de Hummers, rolex, harina pan, café, trajes de marca, carros, colchones, y todas aquellas cosas que nos gusta tener porque nos hacen sentir bien; es decir, desde el prócer independentista José Antonio Páez para acá, la economía de nuestro país ha tenido altas y bajas por las que estrenamos ropa y hacemos hallacas en diciembre, o no, y aun así, en tiempos ya de revolución siglo XXI y tal, incluso ahorita, cuando la sensación de breve roce con la ergonómica tecla del dual core de costumbre, oscila vertiginosamente en las yemas de mis dedos a cada ráfaga entrecortada de inspiración, nuestros valores de solidaridad integracionista, cargan trasatlánticos generosos, con petróleo, para que en Cuba, en África (afectuosos saludos, Mandela), en Haití, tenga la gente que en dignidad depende -de nosotros, de Argentina, de México, de Estados Unidos, de Rusia, de China-, el pan de cada día.

En mi opinión, como pueblo bolivariano auténtico, sin exclusiones panfletarias, con esta embestida de alta investidura, de corte impositivo –o con la venia de usted, señora Carta Magna (some people say)-  nos estamos jugando a Rosalinda; a voluntad por un lado, y en contra de nosotros mismos por otro (no olvidemos que “al látigo de la revolución le hace falta el látigo de la contra”).

Echando el resto, pudiera pensarse, como una determinación ya de que “O inventamos o erramos” –Robinson dixit-; por la vía de acercarnos a los anhelos de Samán en cuanto a aquello de que los precios deben estar determinados por el costo, y no por oferta y demanda; por vía de que el debido proceso no es tan importante porque “el Estado soy yo” –Don Luis XIV-; porque más vale salto al vacío desconocido que leyes de la economía por recordar, el comandante supremo de los chavistas lo dijo: “la economía es demasiado importante como para dejársela sólo a los economistas”; porque “ser rico es malo”, y tal.

Uno dice, okey, la medida afecta a los pudientes pero me favorece a mí porque de otra forma no puedo poner puertas a mi casa de los pies a la cabeza “uayo, uayooo”… (es mi caso; marcaron en mi brazo izquierdo el número “75”, pero entré como de noventa, dado que los agentes del orden estuvieron pendientes de que las cosas marcharan como debían marchar); pero, ojo, repito, con aquella coyuntural ola de rebajas milagrosas, pudiéramos estar concurriendo a un futuro donde lo que tal vez quede como herencia para sustentarnos como pueblo, sea el sistema económico comunista puro y simple; es decir, el capitalismo de Estado; un régimen donde las relaciones de compra-venta domésticas brillarían por su ausencia; es decir, adiós bodeguita de la esquina; adiós voy a comerme par de perros con refresco para mí y la tierna; adiós me voy a Orlando, a Miami Beach, a Perú, y tal con dinero de mi propio peculio; y sobre todo, adiós Carta Magna, y bienvenido sea el triunfo ¿definitivo? en Venezuela de los representantes de la lucha de clases marxista-leninista: bienvenido “papá Estado”, rectores supremos y sacrosantos desde la autoridad incuestionable empoderada.

La pregunta es la siguiente: ¿Puede cimentarse satisfactoriamente Venezuela en un mercado internacional de manera sólida, firme, experimentando con fórmulas que de alguna manera otros países han intentado implementar sin tener éxito, y que en donde se ha mantenido, la contradicción ideológica ofrece flancos para la crítica sardónica por todos lados? es decir, un ni chicha ni limonada insustancial. Porque capitalismo de Estado significa capital en manos exclusivamente del Estado; empresas, industrias, todo, bajo la propiedad y el manejo único del Estado. Un capitalismo de Estado donde tú tengas una bodega, una fábrica, un kiosko de periódicos, una venta de cerveza artesanal, cualquier cosa donde ganes dinero y manejes un capital, es capitalismo de Mercado puro y simple; o sea neoliberalismo mesmo; más nada; ¿o es que tú vas a montar un negocio para tener pérdidas, y si tu refresco tiene chispitas de colores que explotan al saborearlo no lo vas a poner en el periódico como una ventaja competitiva?; “Zapatos ‘Wilvi Pinki’ con suelas de acero inoxidable, como ninguno, pero cómpraselos a Juancito el de la esquina donde se la pasa un gordito en la puerta porque pobrecito él (Juancito, no el gordito)”.

Pero aun a expensas de que este “invento” de emanaciones robinsonianas nos lleve al despeñadero no añorado, el que no aprovechó las recientes golillas para comprar cocina, baldosas, neveras, licuadoras, y más, se perdió de obtener legalmente, a bajísimo precio, productos que de no haber mediado la susodicha intervención del gobierno, seguramente muchos de los que sí las aprovechamos no hubiéramos podido hacerlo.

Sin lástimas y sin culpas, porque negarse a comprar legalmente lo que ofreció la industria y el comercio mediante el atajo político-económico aludido, levantando banderas o estandartes de orgullo patrio o similares, en razón a pretendidas posiciones de verticalidad ética, de cara al evidente drama económico capitalista “mondo y lirondo” que se proyecta, no tiene como valor moral ningún asidero; pensar que una turba de muchachos y muchachas reguetoneros, rockeros, guaperós, y similares como los que se agolparon en Macuto –Big Low Center- para zumbarse una de rebajas burda de finas, pueden ostentar, observando incluso los propios hechos, un criterio lo suficientemente maduro como para analizar la problemática económica que vivimos, es infantil, con todo respeto.

¿Iba cualquiera a esperar que subieran los precios, para comprar, en las mismas tiendas que vendieron golilla, y sentir, oye, qué va, yo soy clase aparte; con interventores de esa categoría ni a misa?

Ajá. O sea, que tú no pagas impuestos ¿acaso en tu empresa no tienes archivos físicos y virtuales donde llevas un inventario ordenadito de facturas, bauches, notas de entrega, órdenes de compras y más con los que le rindes cuenta al mismo gobierno que “le echó el vainón” a este, al otro, por lo cual un conglomerado con deberes y derechos igual que tú acudió legalmente a comprar sus estrenos “ta barato”?

¿Lo ves? ¿El gobierno es ilegítimo para mí por comprar en Epa en estos días, mas no para ti que hasta tienes contadores a tu servicio con prestaciones, utilidades y bonos vacacionales para pagarle a Maduro?

¿Qué culpa puedes endilgarle a los trabajadores del Mar de la cerámica, Daka o Mercantil Zamira por prestarse a asesorar, facturar, embalar y despachar a los que aprovechamos las golillas de fin de año?

Ponte que sea una clínica que tiene cobertura en tu póliza…

¿Lo ves?







 
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