LA
DUDA SIGUE
Pablo J. Fierro C.
“Recordábamos esa lección del magistral
filósofo español, por cierto, hace algunos días, cuando la imagen de un
fantasma llamado Catilina nos asaltó la memoria al verlo y escucharlo en la
realidad virtual que nos envuelve a través de los “mass media”. ¡Catilina is
come back!”
“Toma mi mano, viejo amigo, y date un chance”;
así estremeció muchas conciencias relacionadas con asuntos de corte social
–aquello de vicios que esclavizan-, un hijo de Luis Enrique Mejía Godoy,
baluarte ideológico y melódico de la revolución sandinista, en los años
setenta, para fortalecer la resistencia contra Anastasio Sumoza, quien cayó
finalmente, para dar paso a Borges, el comandante “Cero”, Violeta Chamorro,
-entre otros líderes-, y el pueblo nicaragüense, quienes hasta hoy mantienen la
permanencia política que les inspiró con pasión aquel hombre, Augusto César Sandino,
y el persistente empeño libertario, según sus particulares ideales, del FSLN
(Fuerza Sandinista de Liberación Nacional), bastión armado que dejó su fe en el
rojinegro de la sangre y la muerte, en muchas trincheras de Monimbó, Masaya,
Estelí, León, entre otras poblaciones. (“Nunca podremos escribir en nuestra
historia tanta muerte, de los que ayer se fueron como vos y no volvieron, pero
ha crecido en los caminos y en todos los pueblos, el rojinegro canto de los
guerrilleros”. Ayer se Fue. L.E.M.G.).
Luis Enrique, el hijo, refrescó con su juvenil
incursión en el mundo musical, y su propuesta renovadora, la herencia de luchas
fratricidas, lastimosas, que dejó en acordes y notas de ilusión por sus sueños
y los del pueblo por quien cantó, aquel que le dio la vida: “Toma mi mano, viejo
amigo, y date un chance; dale la espalda a ese infierno delirante”.
Me pregunto ahora por qué tomé éste camino,
para hablar de la presunta grabación que recorre la noticia, en la que pudiere
sonar contra todo intersticio de razón, o de conformación lógica de alguna
afirmación enmarcada dentro de nuestros esquemas sociológicos, la voz del
finado comandante Hugo Rafael Chávez Frías; ex presidente de la República
Bolivariana de Venezuela –ocho estrellas, caballo recto, y posiblemente,
Bolívar nació en Capaya-.
Al principio se lanzó el dardo para la duda,
como algo insignificante, y de mi andar cotidiano, no he recogido después
mayores datos que me ayuden a profundizar en la elaboración de un criterio al
respecto, más acendrado. “Puede que sí, puede que no”, piensa uno; se han visto
cosas.
La política de un país donde hay huecos
fiscales respetables, balanzas de pago nada prometedoras, alzas de precios rompebolsillo, escasez de productos hasta
para añorar Patria en resignada impotencia compensatoria; uno que otro Paseo
Cabriales brillando para una comunidad que ha
sufrido, amado y esperado, como San Blas, en Valencia-Venezuela, pero que incluso
ante la pulcritud asombrosa de un puente Morillo rescatado de sus cenizas, nos
punza siempre la necesidad de esperar más de quienes administran los recursos,
acaso por ser nosotros discípulos nostálgicos de un pretérito slogan para seguir aguantando callados,
difundido ad cansancium por no
recuerdo ya que dependencia oficial cuartorepublicana –actualízate, Perucho-: “Falta
mucho por hacer…”.
Quiero decir, que “el que está picao de culebra cuando ve bejuco,
brinca”, y que si son necesarias las cortinas, es porque seguramente hace
calor, pero entra polvo.
No hace falta, frente a lo que me recuerda de
nuevo el más reciente artículo de la columnista Carolina Jaimez Branger, quien
alude también al referido caso del “Chávez no se fue”, excusarme por acuñar
aquí, la alternativa del pote de humo como única vía para entender por qué
hemos de volver a la reiterativa costumbre criolla, de ser folclóricos, de no
dejar quieto al espectro mediático con los sucesivos sobresaltos por nuestra
capacidad de inventiva; por qué no dejar que Miranda y su “Bochinche,
bochinche, a ustedes lo que les gusta es el bochinche”, descansen en paz per sécula
seculorum; diría con su desfachatez campechana y risueña, otro Perucho –el
Conde-, otrora consuetudinario en nuestra TV rochelera: “parecen loooocos”.
El poder es creativo, o la dinámica de los
sucesos que le atañen en cuanto a la necesidad de mantenerse en el tope de la
popularidad a fin de perpetuarse, lo obliga al menos a inventar o errar, por
eso suele requerir asesoría de expertos en ciencias políticas, marketing,
psicólogos, otros, para que su proyección mediática, a la par de todo cuanto en
medidas vinculadas a las necesidades sociales, favorezca la persistencia de los
niveles de aceptación y simpatía que las figuras de investidura, visibles, en
función de las grandes audiencias, garantice la sintonía de rigor; pa’tras
espantan.
El poder nuestro, además, de cada día, quedó –evoquemos
al cumanés glorioso de la palabra, Andrés Eloy- “como capilla sin santo”, desde
que la sucesión de hechos que apartaron al nieto de Maisanta de la primera
magistratura, por enfermedad, desembocó finalmente en una imagen grave,
pesarosa, del actual Presidente nuestro, comunicando a la nación el viaje esotérico
póstumo del líder supremo del PSUV, y de todo aquel que quiera asumirlo como
tal; bueno, y en un país que pronto derivó hacia políticas económicas y de otra
índole, que aún no ofrecen un inventario satisfactorio como el que esperamos,
para sentir que ya florecen las amapolas de lo que nos devuelve identidad cívica.
A veces me imagino a Chávez en moto –tal vez
una Harley-, paseando con una melena
de esas que pudieran imitar la presencia excéntrica del “chino cano”, protagonista
de un caso del pasado puntofijista que
fue al cine en la mirada de Chalbaud, e identificado en el anaquel de películas
made in Venezuela como “Cangrejo”.
Porque así era Chávez, según contó muchas
veces, un tanto impredecible (“yo salgo por la puerta de atrás de Palacio –podía
narrar entre sus jocosas alocuciones-, y ahí agarro una moto de fulano de tal, y me voy a pasear por
esas calles”); sino que lo digan los personeros del último gobierno de CAP, y
éste mismo, quienes probaron de esa amarga medicina, la noche en que los
puntales del “Juramento del Samán de Güere”, amanecieron de golpe con un grupo activo
de militares insurgentes aguándoles el guarapo en diferentes puntos del país,
que "lamentablemente por entonces, tuvieron que conformarse con deponer las
armas y ayudar a que la sangre no llegara al río.
Quién podía pensar que pocos días después del
golpe de abril de 2002, veríamos a Chávez regresar triunfante en la eufórica
noche de los helicópteros, luego de un periplo de excesivas tensiones y hechos
dolorosos, para devolverle la sonrisa a un pueblo que sin dudas encontró en él
un complemento a sus estructuras psicosomáticas, y que ya, en algunos focos,
imponderables, podían estar cerrando la santamaría, que en su corazón permitía
la comunicación con la recurrente consigna de lucha, que entre otras, como
aquella de “Chávez los tiene locos”, tenían cuando menos una fuerte
potencialidad para lograr disociaciones en ciertos centros impacientes: “Uh,
ah, Chávez no se va”.
Estos “centros impacientes”, estimo, estarán
pegados de todos los santos oposicionistas, ante la posibilidad extravagante (por
aventurar un término que defina la locura que en verdad pudiera significar una cadena oficial
con el Presidente Maduro a la cabeza, anunciando que “Estimados compatriotas,
el pueblo venezolano está de fiesta; es un honor para mí tener la oportunidad
de comunicarles, que luego de una serie de investigaciones con el uso de tecnología
digital de vanguardia, logramos determinar que la grabación según la cual el
comandante Supremo está vivo, es absolutamente confiable”)… posibilidad
extravagante, decía, como para reflexionar sobre lo que, afirma José Ortega y Gasett,
citado por José Joaquín Burgos en su columna del sábado: “los
fantasmas de la historia había que sepultarlos definitivamente para que jamás
regresaran. Los pueblos que no entienden ni hacen esto se verán condenados a
revivir siempre el pasado y sufrir las experiencias y visiones grotescas de sus
errores y de la presencia de esos fantasmas”.
Por supuesto que el regreso, vivo, del ex presidente Hugo
Rafael Chávez Frías, constituiría en honor a la decencia y la moral, lejos de un
motivo para pensar en sepultar nada, haciendo referencia a la expresión del
filósofo, una ocasión para, por el contrario, limpiarnos de impurezas mundanas,
hacer acto de contrición, propósito de enmienda, y cualquier requisito que nos
acerque a la santidad, y acudir entonces a misa dominical para que Dios nos
agarre confesados.
Jode Andrés Eloy (el ilustre cumanés, en una de sus rimas): “Cómo
has cambiado Catalina, la que amaba ya no existe”, en alusión a las correrías
de Miranda por la Rusia monárquica; bueno, estamos en tiempos impredecibles,
como siempre; de Catilinas que resucitan (Burgos), y el “fantasma” de Chávez “que
se muere por volver” –órale, cuate-…
Quien quita y vuelvan también las catalinas en su balcón sus
nidos a colgar…
“En Dios confiamos”.