"Mientras tememos conscientemente no ser amados,
el temor real, aunque habitualmente inconsciente, es el de amar". Erich Fromm.
Los foros virtuales, Facebook, Twitter, Instagram, entre otros, además de aquello que signifiquen para usted en lo particular, son factores de temor para quienes sienten recelos por la libre expresión y/o gustan de canales de opinión de baja efervescencia comunicacional, acaso por representar potencialidades de impacto más equilibrado, menos agresivo en el rebote, si observamos lo común en los controles de la mediática comunicacional -previa a Internet, pero aún marchando en simultaneidad con éste-, en los que el prejuicio esté instalado, coadyuvando a que las confrontaciones o simples comentarios, se sujeten a consideraciones determinadas por la línea editorial.
Las redes sociales, son en efecto, una descarnada profusión de palabras e imágenes que no discrimina al usuario casi bajo ningún criterio de categorización, descontando excepciones aisladas, que extienden alguna advertencia para contenidos que a la luz de los propios responsables de aquello que se difunde, pudieren herir la sensibilidad de, o resultar perjudicial a, quien pulse las teclas que otorguen la correspondiente permisividad.
Trazando bosquejos de por qué surge el factor temor, o miedo a la libertad (Fromm), en medio del remolino de voces, fotografías, videos, que se proyectan a través de las pantallas de cualquier objeto "integrado", y habilitado por configuración para interactuar en los contextos de la vanguardia tecno-satelital vinculada a la comunicación audiovisual, podemos destacar como uno de los principales detonantes, entre otros, a evidentes atavismos de carácter fascista, expresado en la aversión anti-red, que hoy comienza a manifestarse, como algo más que un balbuceo, desde algunos flancos de opinión, que sin dudas preferirían una dimensión comunicacional concentrada discretamente en parcelas públicas, incluso susceptibles de censura, donde fuese necesario hablar según las normativas de aquella abortada ley -a Dios gracias-, que borroneó en su momento una magistrada de renombre, y que entendimos, circunscribía las posibilidades de opinar, tan sólo a personas acreditadas en el tema específico a tratar; sin salirse en ningún momento de los límites establecidos por las sanciones inmanentes a dicha ley, que hasta contemplaba encarcelamientos de varios años; un "¿Por qué no te callas, Venezuela?", similar al que espetó al ex presidente marxista que tuvimos, Juan Carlos, rey de España.
Quisiera omitir la cita que me impulsó a desarrollar precisamente este material para mi blog pablojfierroc.blogspot.com, pero dada la elocuencia y lo inteligible del fragmento de Marisol Pradas, consuetudinaria columnista del diario Notitarde -que muchos de ustedes habrán leído hoy domingo-, no veo mejor puente para redondear el meollo sin evasiones laberínticas o insustanciales regodeos:
"El ego del ser humano ha encontrado su dimensión exacta en las redes sociales: allí todo el mundo se cree capaz de contribuir a las decisiones más importantes y creen por demás que la opinión allí expresada destaca por encima de muchas -puesto que son visibles-; si son amadas o repudiadas al final todo parece igual dentro de ese gran mazacote intempestivo, en las que resalta mucho más la miseria humana que la alegría de sabernos un poco más creciditos como humanidad".
No es esta periodista, la única persona de algún relieve público en la que se puede observar reticencia a las redes; anteponiendo en este caso, la necesidad de mantener nuestras vergüenzas humanas bajo la alfombra, y no en la superficie de la sala, a la vista de propios y extraños; y tal fóbica propensión puede ser considerada bajo una óptica condescendiente desde nuestro ser "generoso", que otorga a cada ciudadano del mundo, la potestad de tener escrúpulos de acuerdo a su propia medida; creo que representamos una gran mayoría aquellos que preferimos toparnos con el borracho y no con el vómito, con el bebé sonriente y no con el pañal; aunque a veces programas como "Guerra de sexos" en los que el divertimento consiste en ver a la gente en contacto con animales o sustancias repulsivas, y algunos talk show leguleyescos mueven seriamente a la duda.
Ser twitteros o teclear duro en Facebook adolece a saber, leyendo a Pradas, de la condición para ella imprescindible, de comunicar para ser amados, aprobados, aplaudidos o cuando menos para no recibir el inmediato feed back que no es posible elaborar, sentado un domingo, sereno, leyendo lo que ofrece el menú habitualmente, si a la sarta demoníaca de programadores de software, no se les hubiese ocurrido reunirnos de "tú a tú" con cuanto ser despojado del factor temor, pulule en el maremagnum tecnológico de los nuevos tiempos, la gigantesca atarraya, donde "de mosquito p'arriba es cacería".
Si Pradas desglosa el mencionado resentimiento: "allí todo el mundo se cree capaz de contribuir a las decisiones más importantes y creen por demás que la opinión allí expresada destaca por encima de muchas", interpretamos un asombroso anhelo de exclusivizar la palabra; un "'chavezcandanga' dixit" inobjetable; un twitteo de salutación navideña por parte del actual Presidente, al que sólo le pudiera contestar un selecto grupo de usuarios previamente auditados, nada más que para evitar pesadas sensaciones de desprecio a la magna investidura.
El cruce de palabras entre familiares distantes; las tertulias especializadas donde cualquier diseñador gráfico neófito puede consultar una inquietud a Santiago Pol, o éste aclararla; Carlos Cruz Diez, Juvenal Ravelo, María Corina Machado, José Joaquín Burgos, Lilian Tintori, Bill Gates la hija de Simón Díaz; Fruto Vivas, Capriles, los banqueros, los hijos de vecino, y más, como seres desprendidos de la distancia o la soledad porque pueden enviar privados y chatear con quienes permitan la reciprocidad; unos en algún lugar de Chejendé, y otros en la conchinchina.
"Esos monos somos nosotros" dice Harry Haller, peculiar personaje delineado por el alemán Hermann Hesse en "El lobo estepario", un clásico de la literatura universal, donde se ofrece una intríngulis específica que no comentaremos aquí; pero las redes sociales, esa posibilidad maravillosa, democrática, beligerante, participativa, protagónica, entre muchas otras cosas, es también -obviando lo anterior- para la columnista Pradas "un mazacote intempestivo".
Bien, estimada, ese mazacote, somos nosotros.