miércoles, 7 de enero de 2015


La enredada prédica de la antireligiosidad
Pablo J. Fierro C.

Ana, mujer de Elcana, y madre de Samuel (personajes todos del Antiguo Testamento), siendo estéril y sufriendo humillaciones por eso, oró a Dios para que le concediera un hijo, bajo el compromiso de entregarlo a "la casa de Jehova en Silo", aún niño, para que éste se dedicara al sacerdocio, y sirviera así, de por vida, a su benefactor. Dios le concedió la petición, y Samuel tomó el rumbo que lo llevó a ser quien fue en el relato bíblico, es decir lo que entendemos como el primer rey del pueblo de Israel, y hombre de confianza de nuestro Creador.

Estamos abordando un escenario de religiosidad. Ana, imploraba a Dios de esta manera: "Jehová de los ejércitos, si te dignares a mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza". Después de haber sido destetado el bebé, Ana lo llevó consigo, "con tres becerros, un efa de harina, y una vasija de vino". "Y matando el becerro, trajeron al niño a Elí".

En el programa "El evangelio cambia" de hoy -por Venevisión- del Pastor Javier Bertucci, quien, estimo, sirve a Dios denodadamente, al promulgar a tiempo y a destiempo las Buenas Nuevas del Reino, desde la magna obra repesentada por la Iglesia Internacional Maranatha, dicho predicador insiste en levantar delante del mundo necesitado de Dios, un muro que según él impide la conexión entre Dios y los pecadores, o viceversa.

Es decir, a los tradicionales enemigos del hombre que pudiéramos definirlos como, por un lado "el diablo", y por otro "las huestes celestiales" -no sangre ni carne-, Bertucci suma un factor al que le otorga poderosa importancia, al que él denomina "Religiosidad".

Lo cual puede tener diversas implicaciones o conceptualizaciones, pero que dado el carácter malévolo que en el caso que nos ocupa se le confiere, podemos más o menos interpretar como aquel conjunto de componentes de ciertos cultos particulares, o "religiones", que lejos de llevar a las personas, a un plano de libertad en Cristo Jesús, por el contrario las esclavizan, y las mantienen atadas a rituales o formalismos inconvenientes. Bertucci, por ejemplo, alude a las religiones islamitas, que hacen guerras o incurren en otros hechos adeversos a la paz, en nombre de un Dios que no es guerrero, sino que se duele de esas pernicionsas desviaciones de sus hijos, en cualquier lugar del mundo.

Me motiva a exponer mi punto de vista, dos premisas que me lucen oscuridad en medio de las muchas luces que puedo recibir desde hace mucho tiempo, cada vez que me dedico a oír vía Maranatha, o bien las exhortaciones o prédicas de Bertucci, o bien del instrumento del Padre, para crear la obra eclesiástica original en República Dominicana, según recuerdo, el señor Nahum Rosario.

La primera premisa, dice más o menos así: "La religión -según Bertucci-, es un muro que se erige entre Dios, y la gente"... Y la premisa dos, afirma que "El evangelio cambia", o sea, el movimiento evangelizador que hoy por hoy recorre Venezuela y otras partes del mundo, llevando un Cristo para quienes están en oscuridad -para evocar a Zacarías, padre de Juan el Bautista-, representa un ente facilitador, para conectar a las personas con Dios, y luego apartarse, y -derribado el muro de "religiosidad", entonces permitir la libre interacción Dios-persona.

Es cierto que Jesucristo y su misión, poco tienen que ver con rituales, porque uno de los objetivos que Cristo tuvo que cumplir para dejar su luz en el mundo, su sabiduría, y sus remedios para el alma, fue hablar categóricamente con los líderes religiosos que para entonces habían torcido el sentido de lo que Dios había querido dejarnos como manual de comportamiento, y hacerles ver, que para aplicar la autoridad, sin atenuantes, en estricto apego a las leyes, se requería de jueces inmaculados, absolutamente relucientes por dentro, para que toda sentencia discurriese, en estricto apego a la justicia de Dios, porque "Un ciego no puede guiar a otro ciego", o porque "para ver la paja en el ojo ajeno, primero debe haber revisión del ojo propio, y quitar la viga presente ahí".

Si consideramos un ritual religioso, la forma disfuncional en que ciertos personajes querían ajusticiar a María Magdalena, cuando Jesús dijo "Quien esté libre de culpas que lance la primera piedra", observamos sin dudas que Cristo se establece como un emisario de ajustes para la aplicación tradicional de las transgresiones a los mandamientos de Dios; no porque la Ley no sirva, sino porque no existe persona alguna en el mundo que pueda aplicarla, de manera tajante, investido de una autoridad moral sacrosanta, pura, sin atisbo de manchas. "Tan sólo un poco de levadura -nos dice Jesús- fermenta toda la masa".

Eso fue lo que Jesús estableció; no que la Ley estaba mal -el ritual, lo religioso-, sino que no había persona alguna que tuviese suficiente autoridad moral para aplicarla. De haber sido así, es decir, de haber habido alguien que tuviese esa jerarquía, probablemente no hubiera sido necesaria la venida de Cristo. Pero "Tanto amó Dios al mundo, que dio a su hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna". Porque "toda autoridad proviene de Dios", dice la Palabra, y cuando Poncio Pilatos estuvo manejando el caso Jesús, una vez que éste le fue entregado para que aquel definiera su destino, Cristo le dijo: "Tú no tendrías autoridad sobre mí, si no te hubiera sido dada de arriba".

El mismo Dios marcaba en Pilatos el destino de Jesucristo, porque estaba escrito que así debía desarrollarse el plan de Salvación; y por eso nuestro Redentor, cercana la hora de su sacrificio, no imploró a ninguna otra autoridad para vislumbrar alguna posibilidad de acomodar las cosas de una forma que no implicara el calvario que viviría, sino al propio Dios: "Señor, si quieres aparta de mí este caliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya".

Por lo tanto, si la religiosidad contra la que el pastor Bertucci ha emprendido una lucha feroz, pudiere estar representada en las leyes de Dios, bueno, no es contra las leyes que él mantiene la lucha, sino contra el mismo Dios, porque las leyes no se hicieron a sí mismas; Dios las hizo.

Promulgar el mensaje de Jesús de Nazareth es lo más importante que podemos hacer quienes le seguimos hoy en día, porque es él la persona escogida por Dios para justificar por "Gracia de Dios", a quienes por una o mil razones incumplen, condenándose, la Ley; pero Jesús no vino a echar la Ley al olvido, no vino a considerarla un muro entre Dios y los hombres; él está para tener misericordia de quienes conscientes incluso de la Ley y sus implicaciones, no pueden en un momento dado, por la razón que sea, someterse a ella, y que además, aceptan el sacrificio de Cristo como un acto de Salvación y Redención, consumado para ellos. Jesús no le dijo a Magdalena que siguiera cometiendo adulterio y tumbara el muro de religiosidad entre ella y Dios, sino "Vete y no peques más".

La Gracia -afirma la Biblia- sobreabunda sobre el pecado, porque hay pecado; por eso Cristo vino a sanar enfermos y no sanos, porque deducimos que "enfermos", aplicado en la metáfora, involucra al hombre o mujer en pecado; si no hay pecado no hay Gracia que sobreabunde, sino apego a la Ley; santidad. Si la Magdalena volvía de nuevo, por una u otra razón a pecar, o reincidir en adulterio, entonces reiteraba su estado de condenación, y debía volver arrepentida a tomar para sí el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo, para ser lavada por la sangre del cordero, derramada, una vez y para siempre ahí.

La actitud del cristiano en todo momento, no debe ser asumir la Gracia de Dios como un salvoconducto para pecar todo lo que quiera y sentirse salvo y redimido haciéndolo, porque "acepté a Cristo como Señor y Salvador"... Es lo que creo; la mira debe estar puesta en "no pecar más", en "ser Santos como nuestro Padre que está en los cielos es Santo", en "buscar el Reino de Dios y su justicia para que todo lo demás venga por añadidura".

Así que no creo que entre Dios y el hombre esté interpuesto un muro de religiosidad, como se dijo hoy en el programa. Entre Dios y el hombre está interpuesto el pecado del hombre; eso es lo que separa al hombre de Dios; por eso la Palabra dice: "Ni los homosexuales, ni los idólatras, ni los borrachos, ni los glotones, etcétera, verán el Reino de Dios".

Si estás en pecado, de acuerdo a esto, y quieres ponerte en buenos términos con Dios, no importa si estás vestido de nazareno, subiendo una elevada cuesta de rodillas; o si oras el rosario consuetudinariamente en una iglesia; o si pides humildemente en tu habitación; o si usas falda larga o minifalda; o si estás parado en un púlpito considerándote imprescindible para Dios y los hombres, porque sin ti, y tu grupo, no habría quien ejerza una actividad de facilitador que derribe los muros de religiosidad, u otra cosa. Lo que importa es que sepas que "el diablo está como león rugiente buscando a quien devorar", "que se viste de ángel de luz para engañar", "que la paga del pecado es muerte", "Que es ancho el camino de perdición, y angosto el de salvación", "que no importa la Iglesia donde vayas si a los pies del calvario estás tú"...

El cristiano tiene una lucha que "no es contra sangre y carne, sino contra huestes celestiales"; es tonto erigirse en adalid de una lucha soberbia, contra el grupo de ancianas que acude diariamente a misa a rezar el rosario, con un velo en la cabeza, bajo el estandarte de la anti religiosidad. Porque un velo o un rosario pudieran no tener mayor o menor significado que un traje elegante o una corbata fina. Lo importante para el Reino de Dios, son los hechos; porque muchos delitos se han cometido a lo largo de la historia, con una estampa de la cruz de Dios en la franela; y también muchas buenas obras para ayudar a las personas necesitadas, se han hecho con una humilde vela en la mano, y un velo en la cabeza.

...O volcándose ardientemente a la oración, como Ana, la madre de Samuel, quien ofreció a su hijo al sacerdocio, y aun mediando sarificios, rituales, prácticas formales, religiosidad, y más, Dios no atisbo entre ella y él, muro alguno, y le concedió la Gracia de ser madre; recibió a Samuel, y lo hizo rey de su pueblo escogido, Israel; y ya anciano, lo constituyó en el emisario de confianza por medio del cual buscar a quienes le sucederían en el trono.

"El árbol -ayer, hoy y mañana-, se conoce por sus frutos".

Considero una bendición la labor que realiza el grupo llamado "El evangelio cambia", pero desde que Cristo vino al mundo, hasta hace algunos años, cuando dicho grupo fue creado, la avanzada del Amor cristiano, desde diferentes perspectivas de religiosidad, tenía siglos apoyando la labor de Dios en la tierra.

Dios no está en la religiosidad que niega a Dios en sus hechos, pero sí está "en la que está con él y no contra él", en la que "con él recoge y no desparrama"; en la que salva drogadictos y los convierte, en la que cuida ancianos, en la que brinda educación, alimentación, deporte, luz, y todo aquello que siempre ha estado ahí, "como ovejas en medio de lobos", siendo desde una lámpara en alto, encendida, "luz del mundo y sal de la tierra"; reivindicando desde la más refinada humildad, principalmente, la égida gloriosa del Rey de reyes y Señor de señores, Jesucristo; del amigo Jesús, del pana bien que siempre está a la puerta y llama.

 
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