miércoles, 4 de septiembre de 2013



Aproximación tardía 
a la posibilidad de que Wladimir Zabaleta entienda un cuadro mío

Pablo J. Fierro C.

Vi por última vez al artista plástico valenciano que acaba de marcharse rodeado de peces y meninas, Wladimir Zabaleta, ejecutando deconstrucciones en pequeño formato, de la mano del dibujo y objetos "fáciles" -creo que vale-, y ofreciendo a una copada sala de los espacios del Diario "El Carabobeño", un sereno discurso acerca de algunos aspectos que le gustó comentar.

Mucho tiempo antes, tuvo en mis manos un cuadro mío, escogido entre otros dos, creo, al que esta vez gustó adquirir dejándome una frase que sentí algo desconcertante: "No sé qué quisiste hacer aquí, pero me gusta" -algo así.

Para la época, hurgaba yo, quizás contrariamente, en "constructos" abstractos. Me complacía en estructurar masas cromáticas de cierta difusa homogeneidad, aplicando trazos lo más sueltos posibles, en contextos de bases plásticas de tendencia casual, que en conjunto dejaran satisfacción a mis propias expectativas, pero que se ajustaran todo lo que pudieran, a códigos de composición y de armonía de color, más o menos universales.

Quise en esa obra hacer más o menos eso, señor del arte, Wladimir Zabaleta.

Dije "desconcertante", porque no esperaba que alguien de su talla, acaso por humildad, confesara sin reparos ignorar los búsquedas de alguien como yo, que aquel día, esperaba encontrarme un poco, en sus palabras.

Hoy, con la simpatía que puede sentir un hombre que ha pintado con algún considerable nivel de pasión, hacia quien brindó constancia y logros en concreto que por sí mismos son una escuela, sin necesidad de hablar; bueno, le doy las gracias por su colorido impactante. Yo, lo siento grande.

En el restaurante "Perecito", ya a no mucho de que otra cosa lo sustituyera, acabaría yo de engullir un bisteck encebollado, y me apenó ver al maestro Braulio Salazar y señora ante la posibilidad de tener que esperar por que alguna mesa se desocupara para disfrutar del almuerzo. Apuré los restos de un refresco y los llamé; y ellos agradeciéndome el gesto, se sentaron.

Son detalles que me agrada recordar; gente que hace cosas extraordinarias y haber podido conocerlos, y no sólo eso, sino además tener algún tipo de grata y amable interconección.

A la ya anciana pareja, les ofrecí una mesa; a Wladimir Zabaleta le extiendo esta aproximación tardía a la posibilidad de entender un cuadro mío.
 
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