jueves, 24 de marzo de 2011

Yo también me muero como viví

...O el ateísmo de Silvio Rodríguez
De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el corral de las ovejas,
mas sube por otra parte, el tal es ladrón y robador.
Juan 10:1


Se convalida en Silvio Rodríguez de forma evidente, la sentencia que Afirma: “Dios no hace acepción de personas”; con la cual, entiendo queda establecido que no median características ni requisitos de ningún tipo en relación a la gente, para que el creador derrame sobre ésta, carismas, dádivas y bendiciones de todo tipo.

Silvio Rodríguez, el famoso cantautor cubano es ateo confeso, pero eso no obsta para que se le haya dado a administrar desde el cielo, según creo, un talento de calidad inobjetable; y no es otro que el don con el que deleita musicalmente, aunque no literariamente en todos los casos, desde mi apreciación personal, al mundo.

No literariamente porque aun cuando sus letras tienen el valor precioso de la sinceridad, yo hubiera querido que dicho personaje tan talentoso, estuviera jugando para el equipo de Cristo; sirviendo con su fusil de alma, a la labor de siembra que requiere el mundo para que se acerque más rápido el día en que lobos y corderos podamos morar juntos, sin traumas, de acuerdo a la profecía de Isaías.

No pretendo ni puedo pretender, en este texto juzgar, ni mucho menos condenar al autor e intérprete de temas tan hermosos como La canción del elegido y Te doy una canción, entre otras que se hicieron parte de mí al escucharlas desde niño en las voces de Soledad Bravo, Alfredo Sadel, Pablo Milanés y el mismo Silvio. Las formas agradables de la música, del juego de las tonalidades y los acordes, las cadencias melosas, sutiles o sublimes de las melodías, e incluso alegres o de ritmos pegajosos, pueden engancharlo a uno a canciones con cuyos mensajes ideológicos no tiene o no quiere tener uno nada que ver, como me ocurre también con la canción de Pastor López Golpe con golpe; absolutamente contradictoria de las recetas cristianas de amor y perdón que manda Dios, pero que dan picazón en los pies para que uno se anime a mover el esqueleto y/o los kilos en las pistas de baile de turno, e incluso a tararear letra por letra el “esa es la ley del amor que yo aprendí, que yo aprendí, que yo aprendí”, refiriéndose en dos platos a la ley del talión, enemiga a muerte del Padre nuestro.

La magistral obra de Rodríguez, Cita con Ángeles, da cuenta de un despliegue irónico monumental en el cual se puede entrever la moraleja atea, que presupone un ejército de ángeles de Dios absolutamente inútiles e impedidos de realizar su labor de guardia y custodia de personalidades históricas que murieron en diferentes épocas, bajo el fatalismo de las balas, de los cañones o de curiosas estratagemas suicidas como la del final del World Trade Center. Tan bueno el Arcángel Miguel pero, oh, no pudo evitar que Mark Chapman asesinara a John Lennon cuando éste regresaba del Record Plant Studio a la residencia donde vivía, el lunes 8 de noviembre de 1980.

Si la intención de este pilar del movimiento Nueva Trova surgido en los ochenta, era ofrecer un argumento a la gente desprevenida, como una forma de ganar adeptos para la causa atea al dejar en evidencia que los ángeles, de existir realmente, estaban incapacitados para preservar la parte física humana, el cuerpo, no tomó en cuenta, acaso por ignorancia, que tal aspecto del Ser humano, aunque es importante, no tiene desde el punto de vista de la fe cristiana una relevancia de primer orden. Lo que más interesa a Dios, de acuerdo a lo que se expresa en la fuente de conocimiento que nos lo revela (a él, Dios), la Biblia, es la integridad de nuestra alma; tal como podemos leer en Mateo 18:9: “Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; que mejor te es entrar con un ojo a la vida, que teniendo dos ojos ser echado al quemadero del fuego”.

Y el pasaje más sólido respecto a esto que planteo es el siguiente de Mateo 10,24-33: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo. ¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo. A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos”.

Las muertes que Silvio enumera como eventualidades que escaparon de las manos del ejército angélico de Dios, ocurrieron, de acuerdo al párrafo anterior sencillamente porque el creador lo permitió “ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre”.

En su desplante ateo –o cuando menos escéptico- “Yo me muero como viví”, Silvio Rodríguez antepone a una desafiante declaración de lo que pudiera yo mencionar como anti-fe, la frase “allá Dios que será divino”; lo que interpreto como el reflejo de un Ser absolutamente decidido a no cambiar ni un ápice de su personalidad en el sentido que propone el Señor Jesucristo, como vía para alcanzar la salvación.

He ahí una de las grandes diferencias entre un Silvio Rodríguez y Dios; éste, nuestro Padre celestial quien nunca diría: “Allá Silvio si elige su perdición”; no, Dios no quiere que ni una sola de sus ovejas se pierda, por eso siempre está a la puerta y llama. Y a ese llamado del Padre al arrepentimiento, a los que se desbarrancan desenfadadamente al pecado colectivo sólo por no perder su identidad gregaria, Rodríguez lo asume como un convite “a tanta mierda”.

Bueno, yo sí digo, henchido de fe en Jesucristo mi salvador, “Allá Silvio Rodríguez si no cree en Dios”, yo me muero como viví, asido de la túnica del Reino de paz, amor, verdad y tantas otras buenas dádivas que sólo el Reino de Dios puede ofrecer.

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