jueves, 3 de noviembre de 2016

Tanta caliente arena


Dios mostró a Moisés la tierra prometida (por la que el pueblo hebreo se atrevió a dejar la esclavitud a la que lo tenía sometido Faraón), y luego de andar cuarenta años en esa tarea, estuvo parado en la cúspide de una montaña, y de la voz del propio Dios, quien le mostraba entonces el lejano paraje que habían conquistado, luego de muchos prodigios, entendió que él no entraría a esa tierra.

Cuando pienso ahora en la frase “tierra que mana leche y miel”, me enfrento a la revelación de que esto no significaba algo así como “soplar y hacer botellas”.

Venezuela, por ejemplo, pudiéramos denominarla como una “tierra que mana petróleo de sus entrañas”, pero para que esa riqueza cierta con la que Dios nos bendijo pueda constituir un factor que realmente impulse, en bolivariano, “la mayor suma de felicidad posible”, hace falta sin ningún atisbo de dudas, organizar la ciudad, como observaron los antiguos griegos; necesitamos “Polis” –Política-, ungiéndonos con elevada probidad, a fin de que los manejos inmanentes a dicho valioso recurso pueda constituir para cualquier nativo de estos lares, lo que estimularía en las palabras de Moisés, atizando el entusiasmo de aquel rebaño, las ganas de arribar al escenario donde sería recompensada tanta caliente arena.

“34:1 Subió Moisés de los campos de Moab al monte Nebo, a la cumbre del Pisga, que está enfrente de Jericó; y le mostró Jehová toda la tierra de Galaad hasta Dan, 
34:2 todo Neftalí, y la tierra de Efraín y de Manasés, toda la tierra de Judá hasta el mar occidental; 
34:3 el Neguev, y la llanura, la vega de Jericó, ciudad de las palmeras, hasta Zoar. 
34:4 Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá”.
 
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