Ofrezco una noción acerca de lo que entiendo por
“Sumo Sacerdote”.
Se requiere ante todo penetrar el entorno ideológico que propone un “pueblo de Dios”, y al mismo tiempo, diversidad de rebaños pastoreados al encuentro del reposo de Dios.
Aquí y ahora, Jesús de Nazaret reina por encima de “todo principado y potestad y potencia y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este mundo, sino también en el venidero”; al ser, después del tiempo de Melquisedec, Sumo sacerdote para todo tiempo humano posible. El pueblo de Dios reposa en el instante, en apostolado, y en calidad de discípulo, en Jesús, “Sumo Sacerdote, del mismo orden de Melquisedec”, para habitar la mansión dorada, la morada excelsa de la Gracia de Dios, que se pudiera traducir como: fe, paz y señorío, en Cristo, por él y en él.
Melquisedec es, a diferencia de Aarón, Sumo Sacerdote de un
orden de corte espiritual, y no carnal, afirmado en rituales con sacrificios
donde la sangre de animales, rociada sobre los fieles, ejercía purificación de
pecados. Alegoría que representó Jesús, escarnecido sin ficción, en el monte
Sion de una cruz; juntando a sus pies toda condenación, a fin de arrebatarla “como
ladrón en la noche”; purificando, salvando, redimiendo.
Melquisedec da marco, tutelado por Dios mismo, a la orden sacerdotal definitiva que hoy congrega al pueblo de Dios, aquí y ahora, para disfrute del reposo de quien permanece en la fe en Jesucristo, y para coadyuvar a la edificación de la estructura de conocimiento del devoto, por medio de la Palabra, otorgando sabiduría, y robusteciendo, al paso de tal empresa, la magnificencia del sacerdocio inmarcesible del habitante sin casa de cedro, sino bajo cortinas de sencillez, de humildad.
La tarea es reconocer en qué lugar estamos -al momento en que nos aborda el poderoso manto de protección que viene de lo alto, con Gloria y autoridad, para restituir al creyente lo que la avidez del devorador holló maléficamente-, para estar claros acerca de la actitud que nos corresponde administrar en ese lugar Santo: ¿Apóstoles, Discípulos? No son Adán y Eva, con una hoja de parra en sus respectivos núcleos genitales, el mejor ejemplo, de quienes pueden sentirse por comprensión de sus propios procesos, Sumos Sacerdotes, del mismo orden de Melquisedec, conduciendo al rebaño, ya libre de extravío, a la Libertad crística, destacada, con su particular idiosincrasia, a posiciones de Honra y Reposo, en la Sagrada arena de la fe; imprescindible carnet de permanencia, que además delinea caminos, exhorta, fortalece…
Nunca jamás habrá, fuera de Jesús resucitado, y quienes con él recogemos la mies, como Sumo Sacerdote, ningún Rector, ningún delta, ningún sustituto de autoridad alguna anclada en Cristo Jesús –sea Papa, Pastor, Cura, Monja, u otros-, a quien se le permita usurpar –o pretender hacerlo-, el liderazgo del humilde carpintero de Belén, como última Palabra, como tapa del frasco capaz de devolvernos, en el instante, el merecido Reposo, el descanso a la ardua jornada de ascensión discipular, a la que fuimos llamados, y dimos, oyendo, pero sin ver, nuestro rotundo sí.
Se requiere ante todo penetrar el entorno ideológico que propone un “pueblo de Dios”, y al mismo tiempo, diversidad de rebaños pastoreados al encuentro del reposo de Dios.
Aquí y ahora, Jesús de Nazaret reina por encima de “todo principado y potestad y potencia y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este mundo, sino también en el venidero”; al ser, después del tiempo de Melquisedec, Sumo sacerdote para todo tiempo humano posible. El pueblo de Dios reposa en el instante, en apostolado, y en calidad de discípulo, en Jesús, “Sumo Sacerdote, del mismo orden de Melquisedec”, para habitar la mansión dorada, la morada excelsa de la Gracia de Dios, que se pudiera traducir como: fe, paz y señorío, en Cristo, por él y en él.
Melquisedec da marco, tutelado por Dios mismo, a la orden sacerdotal definitiva que hoy congrega al pueblo de Dios, aquí y ahora, para disfrute del reposo de quien permanece en la fe en Jesucristo, y para coadyuvar a la edificación de la estructura de conocimiento del devoto, por medio de la Palabra, otorgando sabiduría, y robusteciendo, al paso de tal empresa, la magnificencia del sacerdocio inmarcesible del habitante sin casa de cedro, sino bajo cortinas de sencillez, de humildad.
La tarea es reconocer en qué lugar estamos -al momento en que nos aborda el poderoso manto de protección que viene de lo alto, con Gloria y autoridad, para restituir al creyente lo que la avidez del devorador holló maléficamente-, para estar claros acerca de la actitud que nos corresponde administrar en ese lugar Santo: ¿Apóstoles, Discípulos? No son Adán y Eva, con una hoja de parra en sus respectivos núcleos genitales, el mejor ejemplo, de quienes pueden sentirse por comprensión de sus propios procesos, Sumos Sacerdotes, del mismo orden de Melquisedec, conduciendo al rebaño, ya libre de extravío, a la Libertad crística, destacada, con su particular idiosincrasia, a posiciones de Honra y Reposo, en la Sagrada arena de la fe; imprescindible carnet de permanencia, que además delinea caminos, exhorta, fortalece…
Nunca jamás habrá, fuera de Jesús resucitado, y quienes con él recogemos la mies, como Sumo Sacerdote, ningún Rector, ningún delta, ningún sustituto de autoridad alguna anclada en Cristo Jesús –sea Papa, Pastor, Cura, Monja, u otros-, a quien se le permita usurpar –o pretender hacerlo-, el liderazgo del humilde carpintero de Belén, como última Palabra, como tapa del frasco capaz de devolvernos, en el instante, el merecido Reposo, el descanso a la ardua jornada de ascensión discipular, a la que fuimos llamados, y dimos, oyendo, pero sin ver, nuestro rotundo sí.