Había una cuña de seguros, con Gilberto Correa, célebre animador de Venevisión, que decía esto: “Es mejor tener un seguro y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo”. Para lo que quiero transmitir al mundo, por vía de este texto, SEGURO es igual (=) a FE; así que haciendo equivalencia: Es mejor tener FE en Jesucristo y no necesitarla, que necesitarla y no tenerla.
Tengo la certeza, de que la fe en Jesucristo no es garantía de que a uno no le pase nada malo en este mundo, pero sí te traslada a un lugar santo, te hace parte del pueblo de Dios, e hijo de aquel, en la misma Gloria que su hijo unigénito, el Mesías de la cruz; y esto no es poca cosa; ser co-partícipe de la misma heredad de Jesucristo, aquí y ahora, determina nuestra paz en este mismo instante e igualmente para siempre.
Porque en este momento Jesucristo está en Gloria, siendo Rey de reyes y Señor de señores, en un trono eterno desde el cual juzga a vivos y muertos, con poder infinito.
Podemos preguntarnos de qué nos sirve abandonarnos a la fe en alguien que no garantiza nuestra integridad en este tránsito mundano del cual no podemos abstraernos, y la respuesta es esta: Ser pueblo de Dios, por causa de Jesucristo, de quien por fe heredamos Gloria, implica abordar un área de cobertura que nos da sentido de pertenencia respecto a quien nos preparó un paraíso al que debemos llegar configurados de manera específica. La fe nos ubica en dicha cobertura, pero nuestros conocimientos frente a ese espacio sagrado que está en nuestra forma de enfrentar el aquí y ahora –o lugar de reposo de Dios-, nos otorga diversos rangos, para que quien comienza en nosotros la obra de Salvación y Redención definitiva, como almas, o seres espirituales, y cada vez más alejados de las apetencias de la carne, pueda utilizarnos según la voluntad de su perfecto tiempo.
El mayor distintivo del pueblo de Dios –las personas de fe en Jesucristo-, no es la alegría estrictamente; pero sí es en general, un espíritu no atribulado, o mejor, en paz; es dicha manifestación consecuencia de la seguridad que tenemos en que Dios nos considera hijos de él; y que por concepto de esa relación, aun cuando podamos pagar “justos por pecadores” en cualquier eventualidad, y por tal, vivir aflicciones, nada que ocurra quedará jamás fuera de la Justicia divina, y a su debido tiempo, impactará esplendorosamente, para demostrar que su paternidad no es un débil asunto imaginado como placebo de consolación.
Pero si has entregado tu vida a Jesucristo para que interceda por ti, delante del Padre, y jamás te deslizas fuera de la fe que te hace igual al Mesías, obrando en mal, especialmente, tu lugar de reposo tiene un Poder inconmensurable en el que, ya apóstol ya discípulo, ya príncipe, ya profeta, u otro, lo que te queda es la seguridad de ir caminando al lado del Rey máximo, hacia la vida definitiva, abundante, sin aflicción alguna.