Las razones del hipócrita son incognoscibles fuera del uso que hace él
de dicha condición como armamento poderoso, porque en la referida
discreción, radica la infalibilidad de la ponzoña.
La fuerza de la mentira ontológica en acción, obviando la sutil
energía que se filtra al ámbito que imita su realidad antitética,
carcomiendo el desconcierto de la presa, deja muy pocos abrevaderos para
la evasión, si no existe en aquella, un entrenamiento efectivo
que funcione como antídoto.
Al momento en que el hipócrita revela al mundo su condición,
deshonra la membresía al cófrade contubernio de afines inclinaciones,
porque la abierta confesión desmonta todo lo falso que se constituyó para
categorizar, según el constructo nominal “hipócrita”, y al mismo tiempo
lo traslada convicto y confeso a quien pueda interesar, hasta el reverso
de la dialéctica lunar de contrastante bifrontalidad.
Es la clepsidra revelándose entre aleteos de liberación, como
inusitado colorido que irrumpe en la sagrada sabana del verbo y concepto “sinceridad”.
Atrás queda la perversión suicida del agente satánico, con su botín
encajado por el gancho pirata, rumiando posibilidades truncas de Gloria,
avalada por la credencial de “hipócrita”.
Resulta, como reza aquella coyuntural sentencia que transmitió neil armstrong desde una
de las más grandes aventuras espaciales del hombre, al imprimir la primera huella selenita de procedencia
humana “un pequeño paso para el hipócrita pero un gran paso para la sinceridad” , parafraseo mediante.
Todo deviene en paradoja, como cuando un arqueólogo se interna
acucioso a explorar la profundidad de una antigua y hermosa tumba , provisto de la pertinente máscara de protección naso-bucal, y contrario a lo que espera en cúmulos nauseabundos de cadáveres, lo recibe un ambiente de burrona estridente, con luces, bolas de discoteca, gente bien disfrutando los melódicos compaces de Mecano y Ana Torroja en sus mejores tiempos, evidenciando subterráneos, el maravilloso relajo de su cementerio particular.
Hipócrita que se respete no anda bonito afuera y adentro, es una insoportable disfuncionalidad. Aquello de "y los muertos aquí la pasamos muy bien entre flores de colores", no registra la coadyuvante compatibilidad para configurar ingenuas estrategias que satisfagan sus coyunturales anhelos de redención.