“Escucha San Nicolás, ya te hemos descubierto,
a mí no me engañas más, puedes tenerlo por cierto”;
Gino González.
Las luchas estudiantiles y de soberanía popular en general de
los nuevos tiempos, se demarcan por un énfasis grave en el sentido de
criticidad que estimulan muchos factores políticos, especialmente, para los
cuales la parte oficial no ha ofrecido, en un empeño terco por mantener al país
dividido entre amigos y enemigos –por encima incluso de los diálogos con la
MUD-, sino la voluntad de fortalecer la dependencia lacaya respecto a nuestros
hermanos cubanos, pero no en la tradicional amplitud que se ha tenido siempre
desde nuestra raigambre bolivariana erigida en el Discurso de Angostura por
nuestro humilde hombre de dificultades, Simón Bolívar, eterno Libertador, con
la que abrimos los brazos no sólo a cubanos, sino a colombianos, peruanos,
españoles, italianos, haitianos, norteamericanos, africanos, chinos, y más,
sino en un evidente entreguismo de nuestra independencia patria, que pisotea
sostenidamente los derechos constitucionales de quienes valoramos la herencia
emancipadora, heroica –decimos con Eduardo Blanco-, atesorada por siglos en
nuestra alma de combatientes patrios, por el imperio en nuestro suelo de una
justicia refinada; nuestra Constitución Nacional, no es el producto de un brainstroming de montoneros y
anárquicos, como los que deplora Francisco de Miranda en una de sus quejas más
resonantes: “…a ustedes lo que les gusta es el bochinche”; es la responsable
minuciosidad de orfebres milenarios, de alquimistas de la historia, que
rindiendo tributo a la lógica más elemental, y aun por supuesto dotados de las
naturales imperfecciones que nos acompañan, han desarrollado un trabajo esencialmente
intelectual, acaso desde que Andrés Bello y su sobresaliente sabiduría, como
reseñó Arturo Úslar Pietri, entregó sus esfuerzos, junto a otras figuras de
similar relevancia, por continuar en las ciencias, en las artes, y otras
disciplinas inmanentes a nuestra dinámica ontológica, la labor de trascender
espiritualmente desde la barbarie impositiva, macha, hasta las alturas del Ser
reflexivo, ecuánime, progresista, equitativo, que relumbró en Europa luego de
la etapa medieval, cuando la Revolución Francesa y su impetuosidad erudita, neo
clasicista, laboriosamente macerada desde tiempos inmemoriales, estalló en su
vanguardista nivel evolutivo, y parió el nuevo tiempo, el Estado Moderno, al
que sabemos, repudian desde sus madrigueras sombrías, los devoradores de sueños,
los sátrapas de la irracionalidad, los pescadores de incautos e ingenuos, con
arteros manejos de la psicología del Ser desprevenido, para asaltar
“dictatoriales” la representatividad que en muchos casos les otorgan ciertas
coyunturas sociales; se preparan para dominar, para sostener el poder, pero con
fines inconfesables; por eso difunden la literatura goebbeliana, maquiavélica,
de Thomas Hobb, entre otros, aprovechando las partes que sirven a la retención
del poder por caminos sin ética, y atacan con disimulo mientras es necesario
los valores sempiternos que ofrece la ritualidad mística.
Los cubanos de Misión Barrio Adentro, a mi entender, son una
bendición; así como los instructores de atletas y fisicoculturistas, entre
otros; pero no podemos los venezolanos tolerar las públicas reverencias
oficiales a la jerarquía política cubana, en términos de oficialidad; la
denunciada injerencia militar de agentes cubanos en nuestras fuerzas armadas.
Es notorio que subliminalmente –en cuanto a quienes no
procesan con avispado hábito el acontecer propagandístico- se nos ha querido
desde un principio clavar la simbología proselitista cubana desde el abierto slogan “Patria, socialismo o muerte”,
las iconografías por doquier de Fidel, el Ché Guevara, etcétera, hasta el
persistente corazoncito con la bandera venezolana, pero con una sola estrella;
ante lo cual, cualquier oposición que más o menos se proyecte con fuerte
intencionalidad transformadora, es enfrentada bajo el esquema de contraofensiva
de guerra; en donde la inmaculada categoría proteccionista de Don Estado, asume
su carácter profano y justifica cualquier “hollada de suelo constitucional”
posible; porque, bueno, “El fin revolucionario mismo justifica los medios”.
Así podemos escuchar ciertas canciones radicales, por
ejemplo, ante las deserciones que ya se desatan en el segmento oficialista, que
nos recuerdan nuestro discipulado rochelero, por aquello de “macho que se respete
y tal”, donde desde su “resuello esnú” aconseja mi amigo en facebook Gino González -pensador “rojo, rojito” y
baluarte quinto republicano de la llamada por ellos “canción necesaria”-, a sus
lectores en el Correo del Orinoco: “Que en esta guerra económica los que
disparan no son francotiradores escondidos. Están ahí a la vista de todos. Yo
no sé por qué no les metemos aunque sea una pedrada. Tipo ‘Economía de guerra’”.
Pero qué más economía de guerra quiere Gino, me pregunto, si
toda la política económica impulsada desde el poder en los últimos tiempos, ha
sido un joropo tramao de plomo parejo al aparato productivo, donde las empresas
privadas han sufrido un colapso lapidario que en importantes casos han producido
el cierre de las mismas, y las que quedan funcionando están sufriendo los
rigores de un alicate desincentivador que nadie puede ocultar; se filtra de
manera estricta la entrega de dólares para la adquisición de productos
importados, entre otras cosas, y se crean mecanismos que reducen las
posibilidades de obtener ganancias rentables y/o sustentables en un mercado con
visos de ambigüedad gramsciana altamente inoperantes; muchas empresas que son
objeto de privatización caen automáticamente en un estado de crisis que
incrementa junto a otros factores perniciosos la precariedad de nuestra
solvencia en diversas áreas, dada la proporción del “huecote” fiscal que
presenta la Nación respecto a los vaivenes inherentes a la balanza de pagos;
por eso no pueden entenderse sus ganas de caerle a pedradas a quienes ejercen
democráticamente derechos constitucionales haciendo oposición, sino como una
imagen nada poética, en la línea de
aquel facineroso montonero de la película “Los tres amigos” a quien apodaban
“el guapo”, que todo lo resolvía, valga la metáfora con “patadas por el culo” constantes
y sonantes como aconseja precisamente el autor de “La nalga de la noche”,
“Venezuela es una vaca”, y “El socorro es un pueblito”, despachar al San
Nicolás al que detesta porque le gusta “pepsi cola y mayonesa”, como le gustan
-a juzgar por uno de sus reconocidos videos, a “Dame pa matala”- las
hamburguesas y los perrocalientes.
Tal exhortación parece responder al hecho de que nuevos
sacudones tormentosos inclinan al Titanic revolucionario, hacia el icberg definitivo donde el pueblo
venezolano pudiera estarse despidiendo del Presidente, no con las otrora
altisonantes maneras de Gino, sino con la breve expresión que utilizamos por lo
común cuando nos despedimos de alguien, así como otorgándole al evento una
formalidad un tanto ligth: “Chao, Nicolas”; tal cual como pudiera soltarlo por
ejemplo Teodoro Petckoff.
El gobierno realiza sus enroques de costumbre y sale
Giordani, quien reacciona epistolar describiendo un listado de irregularidades
que a su juicio presenta como raya la presente gestión; golpean Contragolpe
despidiendo a Vanessa Davis, una de las piezas comunicacionales pro gobierno
que aún ofrecía algunas concesiones a la objetividad chavista; Alberto
Aranguibel, curruña humorística de los Roberto, es sacado del aire al momento
de analizar la carta antes mencionada; José Vicente Rangel, leo en un Noticierodigital
de estos días, señala en desentonado mea culpa abusos en los procesos de
expropiación ejecutados por la oficialidad; en el artículo del articulista
carabobeño Luis Cubillán, me parece entender que la gente de Aporrea también
marcó distancia respecto a la tendencia actual del rumbo revolucionario.
Canto en Caripito con mis panas “Aturdido y abrumado” de
José Feliciano, y por más que me lo expliquen, hasta con plastilina, no logro
asimilar que en el instante pueda existir una canción más necesaria que la que
me baña de sabor a vida, frente a una copa de vino, y sardinitas fritas, con
casabe.