VIVIR GRACIAS A DIOS
Pablo J. Fierro C.
“Yo pecador me confieso”
Oración católica.
Oración católica.
Jesús de Nazaret
entregó su vida por nosotros. Vino al mundo hecho hombre para que a través de
su vida, pasión y muerte, viviéramos nosotros; ayer, hoy y siempre.
Sin el
sacrificio que hizo, muriendo en la cruz en tiempos de Poncio Pilatos,
gobernador de Roma, no habría esperanza alguna para quien vive en enfermedad,
en desasosiego, en crisis, angustias, en profundas oscuridades. Dios es bueno;
Dios cuida de sus hijos; Dios es amor; y por eso tenemos a Jesús, para que
tengamos quien nos levante, y nos dé luz, a fin de ya bajo su Gracia, que
significa aceptarlo a él, Cristo, como Señor y Salvador, entendamos que esa
acción nuestra de refugiarnos en él definitivamente, nos guiará en algún
momento, a una vida mejor, más agradable, y sobre todo nos salvará de la muerte,
por medio de la resurrección, y nos mostrará su Gloria, luego de ella. De
cuerpo corruptible, dicen las epístolas sagradas, pasaremos a tener cuerpo
incorruptible.
Se precisa tener
paciencia y humildad, entre muchas otras cosas; porque Dios –afirma el pastor
evangélico Otoniel Font-, es un Dios de procesos; aunque creo, por mi parte, que es también un Dios de “abrir y
cerrar de ojos”, para hacer milagros; no sólo él –afirman sus enseñanzas-,
nosotros también, por medio de nuestra fe; recordemos la tajante forma en que
un apóstol, ya investido del Espíritu Santo, curó al instante a un paralítico
que le había pedido dinero: “No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te doy;
levántate y anda”.
La Gracia de
Dios se revela como un estado de poderosa unción, en el que entramos a morar
bajo la cobertura de él, quien nos creó, y emprendemos un camino de
perfeccionamiento, bajo sus alas, de acuerdo a una promesa alentadora: “Quien
comenzó en ti la obra, la perfeccionará”. Es decir, desde ese preciso instante
en que decimos a Dios que aceptamos el sacrificio de Jesús en la cruz, como evento
en que se sella el acto de redención divina para la humanidad, nos entregamos,
masa amorfa, a las manos del orfebre que hará de nosotros según la voluntad de
él, lo que quiera hacer para cumplir, en uno, sus propósitos; morimos entonces a
nosotros para darle a él –Jesús- vida en nosotros; él nos dice: Venid a mí
todos los que estén cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar;
acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón
humilde”. Nos pide también: “Bástate mi Gracia”; como para que no nos
angustiemos o afanemos queriendo tener lo que nos pueda dar satisfacciones en
este mundo, según lo que nosotros mismos consideramos; lo que nos conviene él
lo sabe, y lo lógico es vivir para lo que nos conviene según los propósitos de
Dios, y no lo que se adapta a nuestro propio parecer, si se aleja de aspectos
relacionados con el Reino de Dios. Bastarle a uno la Gracia de Dios,
conformarse con el hecho de que Dios murió por nosotros para que tengamos vida
en abundancia, es advertir, que pudimos mantenernos bajo condenación por causa
del pecado de Adán y que vivíamos en muerte eterna, y moriríamos
irremisiblemente bajo las garras de aquel que “anda como león rugiente buscando
a quien devorar”… quizás de nosotros mismos sin él, Dios.
Esa resignación
que debería darnos alegría, y que impone incluso la vida en gozo, por ser
salvos, es sin dudas para quienes creemos, justa y necesaria; porque sabemos
que es mejor vivir que morir, o que medio morir, o medio vivir; y Jesús nos
promete para algún momento en sus planes, darnos vida; y no poca, sino en abundancia.
“En el mundo
tendréis aflicciones” –dice la Palabra de Dios, la Biblia-; y es algo que por
más que seamos personas exitosas y tengamos cosas materiales que nos permiten
confort, diversión, posibilidades de mil formas, podemos constatar frecuentemente
en nuestras propias vidas. Suele haber situaciones que nos recuerdan lo
plantados que estamos en el mundo, donde ya está –dijo Jesús- el Reino de Dios,
pero “ustedes no lo han visto”. Conformarse con la Gracia de Dios es un
aliciente de tipo bifrontal, como dice alguna canción de “Mecano”; porque
significa que Dios nos pondrá en el lado de las ovejas, y no de las cabras, a
la hora de separar su rebaño, y nos brindará sus poderosas bendiciones por
habernos portado bien, “conforme al corazón de Dios”, como el joven David –luego
rey de Israel-; pero también sabemos que no vinimos “a ser servidos, sino a
servir”; que el camino para llegar a la vida no es ancho, sino estrecho; que
nuestra Salvación “no es por obra, sino por fe”, por lo que esperar de
inmediato retribución a lo que hagamos bien, es ir en contra de lo que Dios
exige, si esa espera involucra el “gloriarse”.
Conformarse con
la Gracia de Dios, es advertir que en medio de esa resignación, Dios nos brinda
cuando lo decide él, bendiciones importantes, bonitas, agradables, y que nos da
la fuerza prometida para resistir en la dura batalla por la felicidad que busca
casi que genéticamente nuestro Ser, muchas veces infructuosamente; es decirnos,
yo soy el odre y él es el orfebre; Dios me forma según su sabiduría y uno se
deja moldear en silencio según nuestra categoría de barro sin opción.
Pero pudiera ser
peor. Nuestras vidas en ocasiones, pudieran ir por despeñaderos incluso sin
resignación, sin fe, sin esperanzas, y sin oportunidades de estar un rato en
paz, por causa de no aceptar ese sacrificio de Redención; de nuestra tozudez para
creer que somos dioses de nosotros mismos, y que podemos regir los sucesos de
acuerdo a nuestros propios pareceres (como ciertamente pudiéramos estar acostumbrados
a hacerlo; mas todo es parte de un sistema donde el cielo permite o evita actuaciones
signadas por libre albedrío); en esos momentos está siempre alguien o algo
recordándonos, por un lado que “el diablo está como león rugiente buscando a
quien devorar”, y por otro –lo más importante-, “Cristo está a la puerta y
llama”.
La emboscada del
diablo es para tu perdición; Dios no quiere verte sufrir, sino darte con él, la
Gloria. Ambos caminos pueden ser tortuosos, pero uno te sumerge en un abismo
infernal; mientras el otro, donde sufres menos la andanza, te garantiza un Paraíso;
ahí tu tristeza se convertirá en alegría, luego de luchar “el buen combate” que
luchó San Pablo apóstol.