Pablo J. Fierro C.
El orden fiscal se define a partir de diversas
variables concatenadas que operan en un escenario de acuerdos preestablecidos
por la Constitución y las leyes de la Nación; quiero decir: Estado; comercio;
grande, pequeña y mediana industria; artesanos; etcétera.
La dinámica económica, producto de necesidades
naturales del proceso socio político contemporáneo en Venezuela, describe una
realidad que obliga a los entes involucrados, a sujetarse a las diferentes exigencias
que imponen los deberes y derechos con los que se garantiza, como fruto de una
optimización increscendo de la evolución civilizatoria, desde el punto de vista
de los ideales democráticos, lo que podemos conceptualizar, apoyándonos en una
expresión de uso frecuente en los últimos años, como “calidad de vida”.
La polvareda levantada por las recientes políticas
de corte económico, que implementó el gobierno nacional en función de lo que
consideraron un imperativo ineludible, debido a las cuales se procedió a la
intervención de las mega tiendas de
productos de diversa categoría como electrodomésticos, maderas, cerámicas,
ropa, entre otras, impactando, por un lado al empresario directamente afectado,
y a toda la estructura económica nacional –a nivel macro-, y por otro lado a
las expectativas de redención social de los sectores con menos posibilidades,
de beneficiarse mágicamente, al adquirir productos tradicionalmente costosos, a
precio de golilla, de gallina flaca.
Como toda medida de semejante proporción, donde
las empresas acusan el retumbe espasmódico del lineamiento empoderado con mano
de hierro, al desplomarse en horas el flujo de ganancias cotidianas, de un modo
dramático, se incuba y explota con inmediata espontaneidad, la respuesta de
facto y comunicacional, por parte de los afectados, con algún estertor de
pataleo cuando ya el daño está hecho, y la pólvora encendida del periodismo
opositor, conjuntamente con la indignación ciudadana adversa la medida.
Es un tipo de suceso que obliga la atención
general del venezolano responsable con su país, porque lo que está en juego
frente al mismo,no es algo aislado que afecte a un sector determinado, como por
ejemplo la salud, la educación, la niñez, u otro; se juega con las bases
fundamentales de la plataforma que sustenta integralmente cada faceta de los
constructos de producción, supervivencia, diversión, y más, que en general nos
capacitan para engranarnos con los mecanismos internacionales de comercialización
e interrelación general, gracias a los que, de acuerdo a nuestros recursos
naturales renovables y no renovables, a nuestras posibilidades de insertarnos
en el intercambio de importación y exportaciones, podemos detentar una posición
digna que nos permita como es deseable, mantener nuestra calidad de factor
independiente y solvente.
El quiebre de nuestro aparato productivo –con
razón o sin razón-, que pudiera ser una consecuencia a corto, mediano o largo
plazo (como también pudiera no serlo), constituye una espada de Damócles que se
acentúa como riesgo en esta coyuntura ya menguante de largas colas para hacerse
de un 24 pulgadas de alta definición con blu ray y otras delicias, una cocina,
un horno microondas y pasar diciembre full pantuflas en asiento nuevo, mullido
y reclinable ¿es malo? diría Luís Silva: “A quién no le va a gustar?”
Porque no es la primera vez en nuestro proceso
histórico que tenemos un hueco fiscal respetable, que hay escasez, que hay devaluaciones,
especulación, y tal; pero también han sido de carácter fluctuante los momentos
en que en el gráfico representativo de los vaivenes de nuestra economía, se han
registrado picos favorables como para que se incremente la compra de Hummers, rolex, harina pan, café, trajes de marca, carros, colchones, y
todas aquellas cosas que nos gusta tener porque nos hacen sentir bien; es
decir, desde el prócer independentista José Antonio Páez para acá, la economía
de nuestro país ha tenido altas y bajas por las que estrenamos ropa y hacemos
hallacas en diciembre, o no, y aun así, en tiempos ya de revolución siglo XXI y
tal, incluso ahorita, cuando la sensación de breve roce con la ergonómica tecla
del dual core de costumbre, oscila vertiginosamente en las yemas de mis dedos a
cada ráfaga entrecortada de inspiración, nuestros valores de solidaridad
integracionista, cargan trasatlánticos generosos, con petróleo, para que en
Cuba, en África (afectuosos saludos, Mandela), en Haití, tenga la gente que en
dignidad depende -de nosotros, de Argentina, de México, de Estados Unidos, de
Rusia, de China-, el pan de cada día.
En mi opinión, como pueblo bolivariano
auténtico, sin exclusiones panfletarias, con esta embestida de alta investidura,
de corte impositivo –o con la venia de usted, señora Carta Magna (some people say)-
nos estamos jugando a Rosalinda; a
voluntad por un lado, y en contra de nosotros mismos por otro (no olvidemos que
“al látigo de la revolución le hace falta el látigo de la contra”).
Echando el resto, pudiera pensarse, como una
determinación ya de que “O inventamos o erramos” –Robinson dixit-; por la vía
de acercarnos a los anhelos de Samán en cuanto a aquello de que los precios
deben estar determinados por el costo, y no por oferta y demanda; por vía de que
el debido proceso no es tan importante porque “el Estado soy yo” –Don Luis XIV-;
porque más vale salto al vacío desconocido que leyes de la economía por
recordar, el comandante supremo de los chavistas lo dijo: “la economía es
demasiado importante como para dejársela sólo a los economistas”; porque “ser
rico es malo”, y tal.
Uno dice, okey, la medida afecta a los
pudientes pero me favorece a mí porque de otra forma no puedo poner puertas a
mi casa de los pies a la cabeza “uayo, uayooo”… (es mi caso; marcaron en mi
brazo izquierdo el número “75”, pero entré como de noventa, dado que los
agentes del orden estuvieron pendientes de que las cosas marcharan como debían
marchar); pero, ojo, repito, con aquella coyuntural ola de rebajas milagrosas, pudiéramos
estar concurriendo a un futuro donde lo que tal vez quede como herencia para
sustentarnos como pueblo, sea el sistema económico comunista puro y simple; es
decir, el capitalismo de Estado; un régimen donde las relaciones de
compra-venta domésticas brillarían por su ausencia; es decir, adiós bodeguita
de la esquina; adiós voy a comerme par de perros con refresco para mí y la
tierna; adiós me voy a Orlando, a Miami Beach, a Perú, y tal con dinero de mi
propio peculio; y sobre todo, adiós Carta Magna, y bienvenido sea el triunfo ¿definitivo?
en Venezuela de los representantes de la lucha de clases marxista-leninista:
bienvenido “papá Estado”, rectores supremos y sacrosantos desde la autoridad
incuestionable empoderada.
La pregunta es la siguiente: ¿Puede cimentarse satisfactoriamente
Venezuela en un mercado internacional de manera sólida, firme, experimentando con
fórmulas que de alguna manera otros países han intentado implementar sin tener
éxito, y que en donde se ha mantenido, la contradicción ideológica ofrece
flancos para la crítica sardónica por todos lados? es decir, un ni chicha ni
limonada insustancial. Porque capitalismo de Estado significa capital en manos
exclusivamente del Estado; empresas, industrias, todo, bajo la propiedad y el
manejo único del Estado. Un capitalismo de Estado donde tú tengas una bodega,
una fábrica, un kiosko de periódicos, una venta de cerveza artesanal, cualquier
cosa donde ganes dinero y manejes un capital, es capitalismo de Mercado puro y
simple; o sea neoliberalismo mesmo;
más nada; ¿o es que tú vas a montar un negocio para tener pérdidas, y si tu
refresco tiene chispitas de colores que explotan al saborearlo no lo vas a
poner en el periódico como una ventaja competitiva?; “Zapatos ‘Wilvi Pinki’ con
suelas de acero inoxidable, como ninguno, pero cómpraselos a Juancito el de la
esquina donde se la pasa un gordito en la puerta porque pobrecito él (Juancito,
no el gordito)”.
Pero aun a expensas de que este “invento” de
emanaciones robinsonianas nos lleve al despeñadero no añorado, el que no
aprovechó las recientes golillas para comprar cocina, baldosas, neveras, licuadoras,
y más, se perdió de obtener legalmente, a bajísimo precio, productos que de no
haber mediado la susodicha intervención del gobierno, seguramente muchos de los
que sí las aprovechamos no hubiéramos podido hacerlo.
Sin lástimas y sin culpas, porque negarse a
comprar legalmente lo que ofreció la industria y el comercio mediante el atajo
político-económico aludido, levantando banderas o estandartes de orgullo patrio
o similares, en razón a pretendidas posiciones de verticalidad ética, de cara
al evidente drama económico capitalista “mondo y lirondo” que se proyecta, no
tiene como valor moral ningún asidero; pensar que una turba de muchachos y
muchachas reguetoneros, rockeros, guaperós, y similares como los que se
agolparon en Macuto –Big Low Center- para zumbarse una de rebajas burda de
finas, pueden ostentar, observando incluso los propios hechos, un criterio lo
suficientemente maduro como para analizar la problemática económica que vivimos,
es infantil, con todo respeto.
¿Iba cualquiera a esperar que subieran los
precios, para comprar, en las mismas tiendas que vendieron golilla, y sentir,
oye, qué va, yo soy clase aparte; con interventores de esa categoría ni a misa?
Ajá. O sea, que tú no pagas impuestos ¿acaso en
tu empresa no tienes archivos físicos y virtuales donde llevas un inventario
ordenadito de facturas, bauches, notas de entrega, órdenes de compras y más con
los que le rindes cuenta al mismo gobierno que “le echó el vainón” a este, al
otro, por lo cual un conglomerado con deberes y derechos igual que tú acudió legalmente
a comprar sus estrenos “ta barato”?
¿Lo ves? ¿El gobierno es ilegítimo para mí por
comprar en Epa en estos días, mas no para ti que hasta tienes contadores a tu
servicio con prestaciones, utilidades y bonos vacacionales para pagarle a
Maduro?
¿Qué culpa puedes endilgarle a los trabajadores
del Mar de la cerámica, Daka o Mercantil Zamira por prestarse a asesorar, facturar,
embalar y despachar a los que aprovechamos las golillas de fin de año?
¿Lo ves?