martes, 30 de agosto de 2011

Mi red textual

Desde hace ya tres semanas se publica cada jueves en el diario El Venezolano la columna "Mi red textual" de este Pablo. Les dejo a continuación las dos primeras entregas...



Mi red textual

Pablo J. Fierro C.

EL PERRO Y SU CIRCUNSTANCIA

Al equipo humano y lectores de “El Venezolano”;
en especial a Carlos Yusti, con agradecimiento.

U

no de los perros salta a la cama y el otro se queda abajo igual con inquietud por celebrar conmigo el nuevo día, pero esperando de mí el impulso necesario para abordar la gabarra gloriosa de mis gratas dormiduras.

Ambos son poodle, y el que sube autónomo es Mole. De sus negrísimas, brillantes y neonatas orejas, correligionarias airosas de la irreverencia y la extravagancia más desafiantes ante un resto de pelambre iluminado de blancura, ya sólo van quedando riachuelos timoratos arrastrando en penosa diáspora maletas, bolsos y otros equipajes, acaso con vacío, cosas inútiles o inservibles, si por alguna razón tuvieren conciencia de que su mejor destino, imposible, es volver, retornar a los días de leche materna. Hilos en fuga lastimosa, no tendrían otra ambición, otra utopía, que la más tierna infancia, como dicen. Aunque pudiera acotarse –aseverando- que Mole todavía es cachorro y es tan sólo la plataforma vibrante, entusiasta, vital, donde se desarrolla tal aislado drama de soles tardurientos, aridez apesadumbrada, cuadro de César Rengifo, pasos desesperanzados hacia un mudo horizonte.

El otro, más bien principesco, blanco total, además, es el padre de Mole: Faraón. Cuando repartieron la “Iniciativa” él como que estaba comprando kerosén. Señalémoslo como un refinado patriarca de generosa esperma y pasión, con doce hijos y quién sabe cuántos nietos, biznietos, etcétera, que sólo ofrece exaltación de loco al sonar las correas del paseo, las veces que sus amos conservamos aún, por las tardes, vigor de andanzas callejeras, necesidad de brisas frescas de boulevard, o simplemente heroísmo solidario; porque no se trata de cualquier cosa, si hablamos de un módico apartamento para two more lonley people in de world; se trata casi siempre de la tapa del frasco en situación de hastío, el alma de la fiesta abrumado de cuatroparedes y Molemachoalfa, expresando en estoica permanencia de negros ojos convocantes, el urgente reclamo de una luz para prevenir estallidos endógenos, que indica el alto nivel del obstinómetro.

Estos “hoy” me voy a la calle casi todo el día y llego a verlos de nuevo es en la noche; después de perros de intemperie trajeados de afilada hostilidad. La realidad callejera perruna, desde belfos rugientes e indolentes, o desde lastimosa miseria, sumerge generalmente en una noción seca de la existencia.

Pasitrotero un crica cruza calle con secciones empozadas y aceras cuarteadas. Revela el delgaducho evidencias de al menos semanas sin un buen rato; divisa en la bruma una figura que al ganar claridad expresa: recogelatas septuagenario. El perro cambia de acera; el hombre y su saco al hombro avanzan indiferentes.

Observo y medito casi a través de la humedad abrillantada que adorna de post lluvia el pedregoso negror del asfalto.

Los perros callejeros, supongo, no le tienen miedo a nada. Mole y Faraón, en su cautividad segura, tal vez han aprendido a esperar.

“Tal vez” –pienso- “la vida no pierde tiempo”.

BALADA EN DERROTA

D

esperté hoy, y serían más o menos las cuatro y media de la mañana. Como me viene ocurriendo desde hace ya unos meses, mi mente recogió de la bruma onírica en escape un conjunto de palabras bien orquestadas a las que interpreto como referencia de lo que las más altas potestades internas asociadas a mi ser, esperan procese y utilice el resto del día a fin de regular mi equilibrio psicosomático, y cualquier otra variable ontológica si la hubiere, o de prevenir traumas en el mismo orden.

“La crucifixión de Cristo es al mismo tiempo su glorificación”. En esos extravíos medio inconscientes en los que se desprende uno del sueño y comienza a caer a la vigilia, no suele haber una aguda certeza de lo que centellea como percepción, pero al detenernos la realidad -sólido muro ante el abismo-, parece activarse al mismo tiempo un mecanismo intuitivo sobre el cual se anulan las incertidumbres respecto a lo semántico captado; una unción energética vertiginosa te envuelve completo dándote la seguridad necesaria.

Cautivo de dicha experiencia inicias tu rito de levantarte, y una ruta de discernimiento que apunta a la utilidad que pudiera brindar la “revelación”.

En el caso de la frase que nos ocupa, todavía no sé la vía que tomará con mi vida en hechos concretos; sólo puedo testimoniar en relación a lo que en el plano mental, y ahora tangible de cara a un teclado y un monitor de computadora, ha ido desplegándose a partir de ella; aspectos que he ido tratando de transmitir a ustedes a medida que escribo.

Este texto me va resultando, sin que haya sido mi pretensión original, un tanto metafísico –hubiera querido algo más light-; nace y se desarrolla a partir de un regodeo ineludido en la dialéctica del triunfo y la derrota; pero haciendo marcado énfasis en lo adverso, y considerando “triunfo” tan sólo como un recostadero insignificante, anclado incluso en una sub dimensión etérica nada más que sobreentendida, y hasta ignorada; pero que está ahí por ser inmanente al espectro holístico donde habita lo relevante para mí. Y es que pareciera que he llegado a un punto en el que el aire que respiro no es ya un compuesto químico de óxigeno, nitrógeno y argón, como canta Mecano, sino un incómodo clima de metas inalcanzadas, de proyectos a medio camino, de complicados escenarios de arribo que, para darse, requerirían de una sucesión de acciones cuya clasificación general no quiero desglosar ahora, pero que definen en suma un envión de osadía gigantesco desde un riesgo solitario.

El eje psicológico que domina mis pensamientos y acciones en el Story Board de esta mañana es la derrota. Digamos que se trata de una condición inducida, porque tampoco es que me sienta tan enteramente en la lona y con el número diez palpitando en la boca del réferi, no; la cuestión es que persuadido de que la impresión mental que originó todo, señalada entre comillas a inicios del segundo párrafo, pudiere venir de una instancia superior de mi ser simple, no sé si deba asumirla como una invitación sabia a declinar mis sueños más intensos, para que al mismo tiempo, como Cristo, mi Yo se glorifique.

Ignoro poseer fe para tanto; tienta ante lo anhelado dudar si al final, obviar mi gran lucha, redundará en vacío como pertrecho doliente, sin oír nunca más -evoco un tema de Rafael- “el marcial pasodoble” que lo invita a uno “a luchar y a vencer con honor”.

 
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