David, el que liquidó a Goliat, según el relato bíblico, con todo y su carga de humano fue un ser tan virtuoso que Jesucristo tuvo que dedicar momentos exclusivos para explicarle a la gente de su tiempo –tiempo de Jesús- qué él, Jesús era superior a David en jerarquía, dignidad y cualquier otra cualidad; y aún, en los párrafos finales del Apocalipsis, insiste Cristo: “Yo soy la raíz y el linaje de David”; con lo cual, entre otras cosas, quería dejar claro ante su audiencia que quien les estaba prometiendo venir pronto a recompensar su fidelidad –según su obra-, no era ningún “pijupo”*, ninguna bagatela, ningún “saco e’tusa*”; reconociendo también, por añadidura, la importancia del valiente israelita.
Es decir, da ganas de llorar, cuando uno escucha una prédica donde el pastor afirma que la única razón por la que Dios dio la victoria a David en el enfrentamiento donde resultó muerto Goliat, fue el hecho de que David confió en que Dios le ayudaría a obtener dicha victoria; observando, el pastor, sólo la condición de guerreros de los contendientes –porque guerra es guerra-; ignorando ante adultos y niños que de David se decía, además, “Varón conforme al corazón de Dios”, “Sabe tocar, valiente, vigoroso, y hombre de guerra, prudente en sus palabras, y Jehová está con él”. Mientras Goliat, en un tiempo donde aún no funcionaba la Gracia, derrochaba irreverencia contra Dios; incumpliendo alegremente las leyes establecidas a través de Moisés. (Me cito a mí mismo desde el artículo de mi autoría “Se me perdió la cartera”).
Ante un escenario así, donde un pastor, o charlista, u opinador circunstancial o como quiera llamársele a quien ocupe un domingo un estrado de templo, dándose bomba incluso para remedar voces, estilos, actitudes, de algún otro de sus homólogos, no debería quedar otro camino a quien tenga ojos para ver y oídos para oír, que sentir reforzada la potencia lapidaria de la voz de nuestro Señor y Salvador Jesucristo –Bendito seas mi Señor- cuando asegura: “Todos los que antes de mí vinieron ladrones son y salteadores”. ¿Qué sentido tiene, porque el tal pastor es buena nota, o buena gente, ocultar payasadas semejantes?
Sí, no hay contradicción: en un distorsionador del mensaje de Dios a tal grado, puede haber características por las cuales uno pueda denominarlo “buena gente”; porque dicho reconocimiento lo hacemos desde nuestros parámetros mundanos, según los cuales un tipo que nos sonríe al saludarnos, que nos regala un mercado, o varios, si nos ve en necesidad, coño, seríamos muy desgraciados para tener las agallas de decir que es de lo peorcito; incluso habiendo, dicho personaje, reconocido en su exhortación, que cometió un pecado de cierta consistencia, que pudo incluso afectar a alguno de los presentes, pero no lo aclara, sino que le pide perdón a Dios, desarrolla su palabrerío de unas dos horas, y chao pescao.
“Varón conforme al corazón de Dios”, “Sabe tocar, valiente, vigoroso, y hombre de guerra, prudente en sus palabras, y Jehová está con él”. Así se ponderaba la calidad humana y espiritual de David, tanto mundana como celestialmente; y sin embargo Jesucristo dice: “Todos los que antes de mí vinieron ladrones son y salteadores” asumiéndose como “la puerta por donde se debe entrar”; pero más aún, con todo y eso, el hijo de Dios hecho hombre decía de sí mismo: “No soy bueno; bueno sólo hay uno: el Padre que está en los cielos”. Bueno, y si Jesucristo, “el alfa y el omega, el principio y el fin, el primero y el último”, “la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana”,“la luz del mundo”, “el buen pastor”, si Jesucristo, digo, dice de sí mismo que no es bueno, ¿qué quedará pa Goliat?
Aquí no se trata de que hay que preservar la belleza y el prestigio del templo o de la congregación, o del grupo de adoración que hemos construido; porque templos puede Cristo derrumbarlos y reconstruirlos en un santiamén; que va; aquí de lo que se trata es de que Jesucristo, según el canto de Zacarías vino a “dar luz a los que viven en la más profunda oscuridad”; y la luz del mundo y la sal de la tierra, no son los que se quedan tranquilos ante una apología, de la bajeza que representa Goliat ante David. Noooooo.
No puede ningún seguidor de Cristo con conocimiento quedarse boquiabierto en la espesa penumbra de un recinto donde quien se supone debe atropellarte a mansalva con lumbre sagrada, esté por el contrario, consciente o inconscientemente, echando más negrura a la tiniebla; porque si tenemos en nuestro poder una lámpara de sabiduría encendida, sabemos que lo menos que debemos hacer es “dejarla debajo de un celemín”; por el contrario, estamos obligados a ponerla bien alta, para que alumbre parejo y los ciegos puedan ver.
Me alegra decir estas cosas, porque estoy convencido de que estoy echando desde mi lámpara un chorro de luz a quienes leen; no me importa si suena pedante; es mi convicción. La fuerza de la verdad tiene vida propia. “El buen árbol se reconoce por sus frutos”; y si mi testimonio es verdadero, si cuando digo, por ejemplo, que afanarse por tener un buen matrimonio, con una bella esposa y unos bellos hijos, y un buen carro, y una buena casa, no es lo primordial para el cristiano, lo digo desde las múltiples taras y torceduras de mi personalidad, no debería importarle a nadie lo que soy, sino lo que digo; porque el árbol en este caso soy yo, pero el fruto es lo que digo. Luego, como al cielo no van sólo las parejas, puesto que Dios no hace acepción de personas; de manera que cualquier infeliz sin novia siquiera, pero que sepa sobrellevar su carga –si lo fuere- piadosamente, no tengo dudas que tendrá en el cielo un lugar de descanso y felicidad. Si Hitler sale de su tumba y dice: “Jesucristo es la luz del mundo”, ¿voy a negar semejante verdad porque lo dice Hitler? Nooooooo.
Y tendría que concluir en ese caso que Hitler es un buen árbol –en el momento en que dice eso- aunque tenga un aspecto de mil demonios y huela a lo mismo; porque “el buen árbol se conoce por sus frutos” y “el árbol bueno no puede dar frutos malos”; y dígame usted -si es cristiano o cristiana- ¿hay fruto más delicioso que este: “Jesucristo es la luz del mundo”?
Como quisiera escribir sobre estas cosas con más dulzura. Sí, lo quisiera; pero no puedo hacerlo porque lo que está en mí es lo que sale de mí. Debo evitar hasta donde ya me sea imposible, ostentar la misma levadura de los fariseos, que son como sepulcros blanqueados: lindos por fuera, pero llenos por dentro de huesos de muertos y pestilencias. La hipocresía en función de aquel “para quien vivimos si vivimos y para quien morimos si morimos” es una vaina abominable, asquerosa.
Dios prefiere, ténganlo por seguro, un gesto de amor en un antro jediondo, desde un gordo con un pantalón puesto sin lavar por décima vez, que una mirada hipócrita en un lente de contacto azul a la hora del te, con platería de oro, en la intimidad de un salón para la ocasión en el palacio de Buckingham.
Un gordo que sepa que el Reino de Dios no es cuestión de comida, ni bebida, ni ropaje, ni contextura, ni nada de eso, sino de amor; pregúntenle a las aves del campo. Que sepa que los apóstoles como San Pablo eran hombres virtuosos, y amorosos maestros del evangelio, y con todo, decía esto a ciertos caballeros que conocía: “Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” “Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡y ojalá reinaseis para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros!” “Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres.” “Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados.” “Hasta ahora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija.” “Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos, padecemos persecución, y la soportamos.” “nos difaman y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos.” .
Cierta cristiandad actual evalúa la realidad con ojos estrábicos; y, bueno, eso es normal, porque el discernimiento es un don; a veces Dios mismo entenebrece la mente de las personas para que viendo no vean; porque duélale a quien le duela, nuestro Padre administra tanto la luz como la oscuridad.
Y ante estos casos diré tan sólo, para concluir, que “si Dios no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican”. El cemento y los ladrillos; la arena cernida, la lavada, la mezclilla, y todos los materiales con los que trabaja Dios se resumen básicamente en amor, humildad, fe, paciencia, benignidad, templanza, perseverancia, confianza perseverancia, entre otros.
Cualquier piedrita de hipocresía, odio, amargura, rencor, vanidad, vanagloria, y cosas por el estilo son tan sólo unas rayitas más para nosotros, pobres tigres pecadores.
Así que, no hay de otra, hermano, nuestro progreso espiritual hacía la vida, está en el amor: Amémonos los unos a los otros.
Un abrazo.
*Pijupo: Del léxico de Justino -¿Qué es? Pregúntenme.
*Saco e’tusa: Epíteto desmoralizante del juego de Truco.