Dulce, una joven madre de la urbanización Los Azulejos, necesita leche, y no en poca cantidad, porque su hijo, y el de una de sus hermanas, la consumen con frecuencia.
A Leandro Goitía le dicen Pambelé; y es lo que pudiera llamarse un chamo de diecinueve años que se rebusca: limpia jardines, pega bloques, pinta casas, destapa cañerías, y mucho más; de vainita y no voltea fluxes...
Dulce Espinela, la chica aún con buena estampa, de la que hablábamos al principio, es asistente de administración en una importante empresa importadora de productos para la industria; trabaja ahí a tiempo completo, pero trata de cumplir con sus deberes generales lo mejor que puede; sale casi siempre del trabajo a la hora exacta, y busca en su carro las mejores vías para evadir colas y no dejar sus rutinas al azar.
Leandro Goitía (Pambelé), se ha convertido en un gran apoyo para ella, porque hasta le ha devuelto fajos de dinero dejados en la guantera en ocasiones en que debió ponerle el carro chulito, con manguera, cepillo, esponja, detergente, desinfectante y pulitura.
Atamaica Rebolledo le pasó un dato a Dulce Espinela:
-¿Sabes dónde puedes conseguir leche en buena cantidad y a buen precio?
-¿Dónde catira hermosa?
Y Atamaica soltó la sin hueso, con toda la buena fe y amistad que le inspira su vecina de años.
Dulce activó para sí una ecuación aritmética: "Nada, Pambelé".
Sí, porque cómo hace ella para romper su rutina tan ajustada evitando que esto le cause algún perjuicio; ahí está el chamo pa'lante Pambelé que no la deja morir.
Este tuvo que levantarse tempranito uno de esos días -porque ya a las siete, ocho, el tesoro que señaló Atamaica brilla por su ausencia-, saltó de la cama, pegó unos brinquitos, hizo calistenias, se echó un baño y se fue.
Un rato en la parada y al transcurrir quizás un cuarto de hora, pasó el autobús; ya iba sin puesto para sentarse; y, parado, se adivinaba que varias cuadras más adelante, habría que asumir una posición incómoda, porque la gente empieza a entrar gorda, con sacos, niños en los brazos, y más; y, oye, son varios kilómetros de recorrido; pudiera ser fácil, pero no lo es tanto.
Atamaica cuando habla es que habla de verdad.
El agente de Dulce Espinela, luego de varios minutos en una cola, al llegar su turno, pide cuatro paquetes de leche completa, paga y los recibe, con su debido formato de transacción; por momentos pensó que no alcanzaría para él, porque en varias oportunidades se comentó que quedaba poco producto.
Pero sí hubo para Dulce; Pambelé se lanzó una bala fría de pastelito y avena, con lo que emprendió la vuelta; con el alivio de su fuerza, porque cuatro paquetes no es un bulto, o varios, pero la leche en polvo pesa.
La parada estaba full, y más de uno le dijo: "ten cuidado, mira que ahí llevas oro"; se relataron historias de arrebatones, policías, disparos y delincuentes muertos.
Pambelé incrementó el pilapuestismo.
Como pudo se montó en una camioneta "hasta los teques"; el colector desató una llorona ahí: "epa, tú, vale, ve donde acomodas esos paquetes", y tal. Vio un huequito debajo de los asientos traseros, y los metió.
Se echó el viaje parado, apretujado, torcido.
Al llegar a Los Azulejos, llamó a Dulce por teléfono, y le dijo que todo estaba bajo control.
-Ay, qué bueno! -la madre pegó un saltico- déjaselos en el apartamento a la señora Crisanta; y Pambelé, ni corto, ni perezoso ni nada, sino acostumbrado a rendir el día, acudió sin pausa al sitio; porque quien lo llamaba no lo engañaba y siempre le había resuelto bien.
Más tarde, Leandro Goitía -el propio Pambelé-, hizo otros trabajos; con los mil que le dio la señora Dulce, redondeó como tres, y un constructor que levantaba edificios en una zona aledaña, lo contrató para mover algunas placas, al día siguiente.
Los niños de Dulce Espinela y su hermana, representan, desde el plano estrictamente monetario, un alto costo de inversión mensual; no es sólo leche, sino además pañales, azúcar, nana, jarabes, ropa, compotas, aceite, champú y mil cosas más; pero ya por leche, tienen para no preocuparse unas semanas.
"¿Qué sería de nosotras..." -dijo Dulce a Perla Espinela, entre risas gozosas y cierta dosis de inquietud... o quizás incertidumbre- "...si no existiera Pambelé?".
Leandro Goitía (Pambelé), se ha convertido en un gran apoyo para ella, porque hasta le ha devuelto fajos de dinero dejados en la guantera en ocasiones en que debió ponerle el carro chulito, con manguera, cepillo, esponja, detergente, desinfectante y pulitura.
Atamaica Rebolledo le pasó un dato a Dulce Espinela:
-¿Sabes dónde puedes conseguir leche en buena cantidad y a buen precio?
-¿Dónde catira hermosa?
Y Atamaica soltó la sin hueso, con toda la buena fe y amistad que le inspira su vecina de años.
Dulce activó para sí una ecuación aritmética: "Nada, Pambelé".
Sí, porque cómo hace ella para romper su rutina tan ajustada evitando que esto le cause algún perjuicio; ahí está el chamo pa'lante Pambelé que no la deja morir.
Este tuvo que levantarse tempranito uno de esos días -porque ya a las siete, ocho, el tesoro que señaló Atamaica brilla por su ausencia-, saltó de la cama, pegó unos brinquitos, hizo calistenias, se echó un baño y se fue.
Un rato en la parada y al transcurrir quizás un cuarto de hora, pasó el autobús; ya iba sin puesto para sentarse; y, parado, se adivinaba que varias cuadras más adelante, habría que asumir una posición incómoda, porque la gente empieza a entrar gorda, con sacos, niños en los brazos, y más; y, oye, son varios kilómetros de recorrido; pudiera ser fácil, pero no lo es tanto.
Atamaica cuando habla es que habla de verdad.
El agente de Dulce Espinela, luego de varios minutos en una cola, al llegar su turno, pide cuatro paquetes de leche completa, paga y los recibe, con su debido formato de transacción; por momentos pensó que no alcanzaría para él, porque en varias oportunidades se comentó que quedaba poco producto.
Pero sí hubo para Dulce; Pambelé se lanzó una bala fría de pastelito y avena, con lo que emprendió la vuelta; con el alivio de su fuerza, porque cuatro paquetes no es un bulto, o varios, pero la leche en polvo pesa.
La parada estaba full, y más de uno le dijo: "ten cuidado, mira que ahí llevas oro"; se relataron historias de arrebatones, policías, disparos y delincuentes muertos.
Pambelé incrementó el pilapuestismo.
Como pudo se montó en una camioneta "hasta los teques"; el colector desató una llorona ahí: "epa, tú, vale, ve donde acomodas esos paquetes", y tal. Vio un huequito debajo de los asientos traseros, y los metió.
Se echó el viaje parado, apretujado, torcido.
Al llegar a Los Azulejos, llamó a Dulce por teléfono, y le dijo que todo estaba bajo control.
-Ay, qué bueno! -la madre pegó un saltico- déjaselos en el apartamento a la señora Crisanta; y Pambelé, ni corto, ni perezoso ni nada, sino acostumbrado a rendir el día, acudió sin pausa al sitio; porque quien lo llamaba no lo engañaba y siempre le había resuelto bien.
Más tarde, Leandro Goitía -el propio Pambelé-, hizo otros trabajos; con los mil que le dio la señora Dulce, redondeó como tres, y un constructor que levantaba edificios en una zona aledaña, lo contrató para mover algunas placas, al día siguiente.
Los niños de Dulce Espinela y su hermana, representan, desde el plano estrictamente monetario, un alto costo de inversión mensual; no es sólo leche, sino además pañales, azúcar, nana, jarabes, ropa, compotas, aceite, champú y mil cosas más; pero ya por leche, tienen para no preocuparse unas semanas.
"¿Qué sería de nosotras..." -dijo Dulce a Perla Espinela, entre risas gozosas y cierta dosis de inquietud... o quizás incertidumbre- "...si no existiera Pambelé?".