Jesucristo.
“Patria, Socialismo o muerte”.
Slogan cubano.
En los primeros años de la performance revolucionaria quinta republicana, más de la mitad el país se entusiasmó, demostrado sobre todo en votos, con aquel movimiento casi virginal que insurgía dando aires de refrescamiento al abatido rostro del pueblo venezolano, altamente defraudado por la derivación hedonista -o golpe de timón “cuánto hay pa eso”- que forzaba la gerentela puntofijista en las postrimerías de aquellos sueños lúcidos germinados con pasión juvenil en las boinas azules aureoladas sobre las cabezas de “la generación del veintiocho”.
Los “hombres nuevos” que encarnaban el remozado mesianismo, vea usted, irrumpían por ahora rechazando con una labia ligth de novio pueblerino la cultura matarile que tiene entre sus expresiones más sobresalientes, la que con grafismos toscos, pero negros, de pintura labial sobre servilleta al estilo del Sí de Lusinchi, vociferaba un adeco entalcado y rectilíneo, de jurásica estirpe, en el Congreso de la República de Venezuela del año 1992: ¡Muerte a los golpistas!
Esa característica condenatoria que atribuyo a la presunción, o detentación cierta de relativo poderío, posee antecedentes tan remotos que nos trasladan casi al momento en que Dios utilizó con autoridad su verbo creador para insuflar vida al primer hombre (Adán). Y digo casi, porque fue tan sólo poco tiempo después cuando viéndose amparado por una solemne quijada de burro encontrada en el camino, el contrariado Caín, como muchacho con juguete nuevo, descargó todo el peso de su inframundo brutal sobre la fatalidad de su hermano Abel quien desde entonces no pudo, dijera el Gabo, vivir para contarla.
Porque a la luz de nuestra vigente realidad, sabemos, las leyes exoneran de culpabilidad, en algunos casos muy específicos como por ejemplo la defensa propia, a quienes incurren en homicidio; y existen incluso, dentro del mismo campo legal, fronteras difusas del mismo hecho, donde se adosa la categoría de “culposo”, y en donde ya comienza a funcionar con peso condenatorio la acción judicial correspondiente según lo determinen las particularidades de cada caso. Pero hay aniquilamientos letales que verdaderamente dan nausea por ociosos; ningún hecho delictivo puede justificarse más allá de las posibilidades de atenuación que ofrece la misma ley; pero baste revisar el listado de víctimas por manos criminales desglosado por Silvio Rodríguez en su “Cita con ángeles”, y agregue usted unas cuantas más, para salir corriendo al baño con la mano en la boca y seguidamente, ya ante el desaguadero adecuado, descargar una vomitada de pronóstico.
La realidad de la muerte del hombre por el hombre es el pan de cada día en el mundo; cómo no pensar que en este instante en que escribo deben estar cayendo racimos de bombas, disparos, puñales, etcétera, sobre la vida, convirtiendo en vacío lo que antes fue sístole y diástole sorbiendo alientos aunque con mínima esperanza; vercia, mano, la muerte no es bonita pero sorprende el número de gente a la que le gusta.
Cada segundo de aire, cielo, sol, color, manantial, niñez, sonrisa, vida que transcurre, hay miles y miles de personas prolongando la indignidad cainita, exaltando en hechos la muerte o hablando de ella –no es fácil evadirlo-; la cultura matarile es impenitente, trabaja las veinticuatro horas del día, no descansa.
He estado pensando en estas cosas porque las bien llamadas redes sociales, concretamente los corrillos del Facebook han enredado mi atención en el presente, debido a comentarios sueltos de digamos “las voces de los hilos”, donde en los dimes y diretes de costumbre, y yo diría que benditos en este “proceso revolucionario” –luego de la execración luctuosa de programas de participación popular al estilo de “La lámpara de Diógenes”- nunca falta un émulo de Morales Bello, pero ahora de tendencia “revo” conminando a matar cualquier vaina; hace poco le tocó al acartonamiento; sí, desde un post dominado por participación de gente emparentada, creo, con la ultraizquierda, se proponía entrarle con saña lapidaria a esa vacua entelequia –dígame usted, dijera mi tía Carmen-. El asunto es que cuando estas respetables personas, que gracias a Dios tienen la posibilidad de expresarse –con alma, corazón y vida- por dichos medios, atacan en esos términos a una cosa tan “asisimilí” -así nombra un primo mío lo insustancioso- uno no puede evitar algún gesto de contrariedad, persuadido de que son tales colectivos, los que suelen evidenciar mayor sensibilidad de piel en los momentos en que se pisa algún cayo recrecido de la llamada “exclusión”. Con razón dijo alguna vez Roberto Hernández Montoya quejándose de los sempiternos Torquemadas, en vigilia permanente por su imposibilidad de vivir sin alguna bruja que cazar: “el ser humano es incorregible” (Fumadores y gordos, temblad).
Chico, el acartonamiento es un formalismo conductual, un modo de vida inofensivo, que por “equis” o por “ye” alguna gente asume porque le gusta; algo etereo que no agrede al cuerpo, que no da hambre, ni dolor, que no saca sangre; es un carajo que cuando se va a acostar, en vez de decir: “coño, voy a tirarme en el chinchorro pa que se me pase esta pea”, dice: “¡Cáspitas! procedo a extenderme sobre los brazos de Morfeo en el guilindajo cóncavo de palma de moriche, con el propósito expedito de diligenciar la execración de los efectos de haber libado profusamente”. Dime una cosa: ¿en qué te afecta a ti esa vaina? ¿Te has puesto a determinar de quién carajo se va a cagar uno de la risa si matas esa vaina –el “acartonamiento” como tal-? ¡XD!.
Cultores del matarilerilerón mesmo por otro lado, también tienen el temita contra los que como yo, carecemos de prejuicio a la hora de poner en nuestros labios frases célebres, aforismos, argumentos, exégesis, etcétera, vinculados a nuestra heredad hispana; ¡bermon, qué chichón! Este hecho lo podemos denominar “Síndrome Ultrafastidioso Contra Usuarios Latinoamericanos del Producto Intelectual de Procedencia Europea” (Síndrome SUCULPIPE).
Bueno, panita, mi hogar primigenio me educó sin prejuicios en este sentido; yo soy caripiteño a mucha honra; pero ¿debe este privilegio hermoso, negarme de por vida el libre albedrío para incorporar a mi jerga personal lo que yo quiera en términos de dialecto, doctrina, cultura, etcétera, a fin de incrementar mi acervo cognoscitivo de cara a mis necesidades de comunicación? ¿Por qué, pues?; una cosa es que se combata absurdamente lo nuestro virtuoso, como en alguna medida lo es el equipo de futbol “la vinotinto”, por aupar con balurdería frente a ellos al equipo español –y sin embargo tienen derecho-, y otra cosa es que yo deba ocupar mi tiempo en desmontar en mí toda la estructura de expresión lingüística “que nos llegó desde el pasado” en un mundo al que como dice igualmente Ramón Mendoza en su fresca paridura “Esta palabra que sueño”: “he venido para vivir, no tengo otra misión”.
Siempre me pareció nice, y quizás, lo reconozco, no fue por ninguna vocación altruista que me incliné desde niño por la actividad intelectual, sino en gran parte por cierta admiración al estilacho sofisticado que emanaba de las expresiones afrancesadas, a las que soñaba con emplear como escritor en uso de exquisito dominio: “Conversando un día con Pessoa en un citadino café de Casanay surgió la idea de publicar este poemario…” (Sopotocientos poemas de amor y un mísero relato) o en observación a John Lennon: “Standing in the dock at Southamton, tryin’ to get to Holland or France…” (John and Yoko ballad. The Beatles). No hay que olvidarlo –Ramón Mendoza dixit-, “los poetas son seres comunes y corrientes que a veces se la quieren dar de una vainita” (Sopotocientos …) (y sin embargo prefirió denominar “El canto del Piapoco” a su mejor cuento, en vez de “Mi delirio sobre el Támesis”, “París, el estrés y mis ensueños” o títulos por el estilo; como dijo Cucho Berbín -y yo lo apoyo- en generosa concesión a la soltura propia –de Ramón-: “Allá él”).
Mira, a finales de los años noventa, en otra de mis empresas editorialistas, publicaba un folleto de cuatro páginas (1/2 pliego doblado en dos), en glasé, a un color, al que denominé “Léelo” y que llevaba este slogan: “Un medio para incentivar el Optimismo y el Esparcimiento”; allí inserté, en la edición Nº 2 un artículo mío titulado “Alma animal”, donde enfocaba la visión de A. C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada acerca de lo que en términos literales sugiere dicho título; es decir la existencia del alma en la especie animal.
Prabhupada, en su libro “La ciencia de la autorrealización”, hablaba de la Analogía como un recurso de la Lógica que permite llegar a conclusiones a partir del encuentro de muchos puntos similares.
Él planteaba, esgrimiendo argumentos como prueba científica para su propósito mencionado antes: “El animal come y Usted come; el animal duerme y Usted duerme; el animal tiene relaciones sexuales y Usted tiene relaciones sexuales; el animal se defiende y Usted se defiende”, “¿Cómo puede decir que Usted tiene alma pero los animales no?”.
Yo le digo lo mismo a quienes practican esta especie de reduccionismo cultural: hermanos, más allá de cuestiones de forma que incluso entran en el campo de la subjetividad, todos los seres humanos somos iguales; la Analogía nos hermana a europeos, asiáticos, norteamericanos, suramericanos, y oceánicos, por encima de fronteras, razas, costumbres, y cualquier otra mariquera.
¿Es insoportable que sectores de esas comunidades foráneas sean excluyentes y discriminatorios hacia el latinoamericano? sí, lo es; ¿pero por qué tendría yo que dejar de citar a algún intelectual español, por ejemplo, si confecciona una expresión ajustada a algo que quiero transmitir y que me nace utilizar como apoyo para un discurso? o ¿por qué debo aprisionar en mi boca un canto de la inspiración de Charles Aznavour, Alejandro Sanz, Pepino Di Caprio, o cualquier otro de ellos? ¿Porque algunos europeos mala conducta me llaman “sudaca”? ¿Es que acaso si me entro a piña con un maracucho tendría que dejar de comer mojito en coco, o hacerle la cruz a las canciones del “puma” y Lila Morillo?
Díganme si no es una vaina loca de la cultura matarile lo criticado por mí al video de “Dame pa matala”; pregúntenle al San Nicolás de Gino González si él está contento con toda una sociedad “en honda” de panitas rasta, waperó, emos y tal y qué sé yo, que se encayapan contra un sifrinito “ay, fo” quien por cuidadoso de su organismo es execrado de la risa y la alegría hasta que no pisotea su propia dignidad y tiene que venir con el rabo entre las piernas a jartarse de perrocaliente en complacencia servil al Furer colectivismo que allí se dibuja; o lo que es lo mismo a participar sin alma en el festín cabilla de la comida chatarra: “pepsicola, mayonesa, Micky Mouse y pato Donald”, exponiéndose fuera de trinchera a que como al gordo barba blanca que sale en diciembre, cantado por Gino, le den “una patá por el culo que lo regrese a su casa” sin pasar por go ni cobrar doscientos.
Tales rasgos de “bella tolerancia revo” me llevan a valorar con más ahínco una de las propuestas filosóficas con mayor peso de sensatez que por encima de cualquier consigna panfletaria de los desafiantes tiempos que corren, ha manifestado el talento venezolano en los últimos cuarenta años: “Hay gente que cree que está en algo, y no está en nada; tú debes estar en algo; sé tú mismo” (¡Sigue adelante, Trino Mora!).